Miércoles, 06 Febrero 2019 15:53

La tarea de evaluar: implicaciones y retos

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La evaluación como un vehículo para reflexionar y comprender los procesos de enseñanza y aprendizaje, implica ante todo, reconocer el  por qué, cómo y para qué evaluar.  Entendido esto,  la evaluación no debe figurar como un termómetro que indica el momento exacto del proceso de aprendizaje del estudiante, más bien debe ser pensado como un recurso para sugerir elementos que fortalezcan las competencias y lo estimulen, a tomar una actitud propositiva frente a su formación. 

En consideración, la evaluación debe ser humanista y puede funcionar como un instrumento para sensibilizar. Para ello, es importante implantar una cultura que se fije en las experiencias propias, la interacción con el otro, la observación y la resolución de conflictos; en  palabras de Nussbaum (2001) evaluar implica generar un espacio armonioso para reflexionar, dialogar, criticar y autoevaluarse. Es decir, reconocer las emociones y reacciones que giran en torno a este proceso.  Evaluar, contrario poner el papel sobre el escritorio y esperar a que el estudiante haga conjeturas, requiere una mirada a través de las dudas y confusiones, para hacer aclaraciones, aprender del error y destacar los aciertos para convertirlos en cualidades. 

Lo anterior exige que la evaluación se fije en el contexto de los actores educativos, en sus condiciones y sus ritmos de trabajo. Que no se use como un instrumento para hacer distinciones, más bien asumirla como una alternativa para desarrollar el potencial de los estudiantes; para derribar totalmente la idea de controlar, comparar, castigar o emitir juicios que detengan el proceso de aprendizaje. 



En efecto, uno los objetivos de la evaluación deben ser,  que tanto docente como estudiante se percaten de los avances, limitaciones, posibilidades y necesidades que tienen al aprender y enseñar. 

Para lograrlo es importante fomentar la retroalimentación, el aprendizaje colaborativo, dinamizar el ejercicio, que este vaya más allá de poner X o rellenar óvalos. Como docentes debemos superar las limitaciones propias del sistema, ver más que resultados, convertirlos  en oportunidades para hacer de las prácticas pedagógicas espacios que impulsen a los estudiantes reflexionar sobre su quehacer. En definitiva, generar espacios en los que se valore el trabajo desarrollado, a partir del  diálogo o la controversia.

En suma, evaluar va más allá de establecer un registro numérico en las planillas o asignar rangos dentro de los que se enmarcan los estudiantes. Esta debe ser un punto de partida que permita saber con claridad cuál es la meta, cuáles son las exigencias, qué habilidades o estrategias se requieren para avanzar en el proceso. Por ello, es importante la comunicación permanente, establecer parámetros claros a través de instrucciones, criterios y orientaciones precisas que ayude a los actores educativos a definir su rol dentro del proceso de aprendizaje, una ruta a seguir que les permita proponer y reflexionar desde las reglas previamente definidas y compartidas. En este sentido, evaluar propone un juego en el que convergen todas las experiencias de los estudiantes, la consolidación de sus conocimientos y capacidad para descubrir y reflexionar sobre la calidad de su proceso.



Es práctico encontrase con el aprendizaje y con la manera como se aprendió cuando se evalúa. Allí se enfrentan los propósitos, con los logros alcanzados, por ello, no puede reducirse a un momento de tensión. Es común apreciar en los estudiantes el temor que les generan los exámenes; o las excusas que los profesores escuchan, relacionadas con que no hubo tiempo para preparar la exposición, que se olvidó el trabajo y, en el peor de los casos, encontrar que se cometió plagio porque nunca entendieron, cuál era el fin de la actividad o qué se suponía debía hacer, para lograr un buen resultado. Evidentemente este puede ser el reflejo de una evaluación discontinua, que no reconoce las necesidades de los estudiantes o los intereses del docente.

También existe una vaga costumbre al considerar que la evaluación está sujeta a la calificación y pierde valor para el estudiante, si no hay una nota numérica que los ubique en una escala. En consideración es importante valorar cada etapa del proceso, reconocer el punto de partida e integrar el concepto de aprendizaje como el ejercicio en el cual se modifican las destrezas a partir de la experiencia. Por otro lado, no basta con que el docente ponga chulos, tache los trabajos, haga anotaciones directamente sobre la hoja, lo que puede llevar al estudiante a pensar que este es el punto final. Por el contrario, es necesario que este se cuestione, revise aspectos por mejorar, participe y corrija, “que las evaluaciones constituyan una oportunidad para el alumno de mejorar su aprendizaje, y dejen de ser episodios amenazantes sin un verdadero valor formativo y de retroalimentación” (Díaz, 2010, p.76)

Finalmente, a partir de la evaluación se puede generar un ambiente propicio para construir conocimiento y, para ello, se pueden emplear herramientas con las que el estudiante se ha familiarizado a los largo del proceso de formación; entre ellas reflexionar sobre el aprendizaje, planear las actividades, seguir rutas, generar expectativas, comprender parámetros e identificar qué es lo que se quiere lograr con determinado producto o lo que realmente se necesita para ese producto configure y articule los conocimiento adquiridos. En este sentido, vale la pena preguntarse cuál es el fin último de la evaluación, si quizá termina en una página, en un papel arrugado tirado en el sexto de basura, encerrado en una carpeta que se queda bajo una silla, o uno de los cajones del escritorio de un docente porque sencillamente al  estudiante solo le interesó saber si paso o perdió.  La evaluación como una aguja ayuda a unir todas las piezas para formar grandes tejidos necesarios en la socialización del conocimiento.



Referencias
Díaz, B & Hernández, G. (2010). Estrategias Docentes para un aprendizaje significativo. Una interpretación constructivista. México: McGraw-Hill/ Interamericana Editores.
Nussbaum,  M. (2001). El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma de la educación liberal. Santiago de Chile. Andrés Bello.
Visto 907 veces Modificado por última vez en Jueves, 07 Febrero 2019 22:39

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