Martes, 09 Enero 2018 21:16

La trinidad

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En estos tiempos caóticos y remecidos, los espacios físicos de las ciudades cambian, se transforman, se resignifican. Donde quedaba una panadería chica, con el pasar del tiempo, puede aparecer un edificio de varias plantas. Los lugares cambian de dueño, de habitantes y, por ende, de funciones. Desde una lógica no comercial tres chicos (Brenda, Franklin y Felipe), con la mirada puesta más allá del dinero, quisieron transformar las dinámicas del parque Andrés López de Galarza de la ciudad de Ibagué, mediante el cine y otras manifestaciones artísticas y artesanales y, lo lograron. Esta apuesta se desarrolla desde el año 2015.

 

Porque son ellos —los Fuera de Contexto— de tareas inamovibles, columnas de carne y hueso, lucecitas que se encienden en un parque gris, panaderías a lo Eduardo Galeano: “En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma”. Y es que el parque Andrés López de Galarza es transitado con afán y frecuentado por almas cansadas, con desazón, con tedio, por gentes a quienes la vida les pesa.
Stefany Peláez, una de las más recientes integrantes del colectivo, señaló: “El arte es rehabilitador, este proceso ha logrado mostrar otras realidades. El sector es conflictivo, se pretende resignificar el parque, devolverles el espacio a los niños”.

El nudo

Los Fuera de Contexto, todos universitarios, soñadores, con deseo notorio de transformar el mundo, con un romanticismo acentuado, se sacuden, no se quedan en soñar porque hacen, trabajan, saben que en la acción está el lograr. Aunque no todo ha sido fácil, hay cambios sustanciales en la vida de los pobladores del parque, que los llevan a insistir en la iniciativa que un día abrazaron.

Las buenas intenciones no son siempre aplaudidas por todos, en el andar de la vida hay tropiezos y hasta para ayudar a otros hay que erguirse, fortalecerse, entrenarse: Franklin, Brenda y Felipe, a su apuesta cultural la llamaron Fuera de Contexto; a su estrategia de cine al aire libre le dieron el nombre de Cinestratos; a su desborde por el proyecto, locura; a la locura, valentía, porque no desfallecer, incluso ante amenazas de muerte, es vibrar por la vida, derrotar a los pregoneros de la muerte haciendo y viviendo.

En tiempos del Plebiscito por la Paz, de la Consulta Popular Minera, un 6 de agosto del 2016, en uno de sus ciclos de cine, llegó de improviso un hombre que campante y sonante les habló de Águilas Negras, de ser parte de ellas, de su antipatía hacia el Colectivo, apuntó con el dedo y quiso generar terror, sentenciar la finalidad de Cinestratos a la brava. Susto hubo, pero jamás derrota.

En vez de amilanarse, los chicos avezados ampliaron su oferta cultural porque su público son niños y adultos que necesitan no solo contemplar (condición propia del cine) sino también hacer. Entonces, recuperaron los juegos tradicionales y populares. Llegaron al parque los yoyos, los trompos, la golosa, el hula-hula  y un recordar de entretenimiento sano, un jugar con el tiempo y con las formas, un recordar que la felicidad no necesariamente está ligada a un cigarrillo chueco. Llegó también el taller de cerámica, de tejidos, de reciclaje y la necesidad de tener un lugar para guardar sus cosas se hizo inminente.

Desde diciembre de 2016 todo el trámite legal para la adquisición de un espacio físico en el parque Galarza se realizó con juicio por parte de los Fuera de Contexto. La Gestora Urbana proclamó la entrega de una construcción chica en la figura de comodato; sin embargo, los trámites se alargaron, se enredaron, se enlodaron; tal vez sin querer o tal vez queriendo medirles el perrenque a los chicos, la Gestora Urbana los mandó a allí y allá, por un papel y por el otro, por el otro y no por aquel, y en este ejercicio de papeleo burocrático se les fueron seis meses de paciencia a los chicos.

Con sus avances en riesgo, con más niños interesados en el arte, con la estrategia de recoger libros para armar una biblioteca, con buenas intenciones y levantando su voz de protesta, tomaron la casa mediante un ejercicio ciudadano reconocido  y apoyado por la población de parque, como un espacio de la gente y para la gente. La Gestora Urbana del Municipio de Ibagué cedió a la entrega de la Casa Cultural, un espacio rectangular que lejos está de ser una casa, pero que los Fuera de Contexto y la población que  flota por el parque aman.

La casa parece la cerecita de un ponqué, los chicos la han arreglado, la han pintado y adecuado. Originalmente la Administración Municipal quería hacer de ese espacio una cafetería pero para qué sirve una  cafetería en un parque que tiene a sus alrededores más de diez familias que viven del  menudeo de cigarrillos, dulces y caldos.

 

 

Resurgir

Don Luis dice haber estado muerto en la mala, llegó al punto de no poder cruzar palabra con nadie. "Mi propia familia me hizo así —y sacude su hombro asemejando desprecio— y llegan estos pelaos, con una ternura, con un aprecio, con un respeto que ni pa´ qué les cuento. Don Luis para aquí, don Luis para allá, dizque ´don´ yo. Eso me impactó mucho, mucha sinceridad en los pelaos; ellos no tienen por qué estar haciendo esto; todo lo consiguen y lo gestionan ellos solitos, uno les cree el cuento. Yo llegaba —continúa don Luis— alcoholizado y en mis notas, a mirar qué pasaba con estos pelaos y nunca recibí desprecio, en la calle no es común eso. La sinceridad del abrazo de ellos y como me trataban me removió, ver las películas, otras 'cintas' diferentes en las que andaba uno".

Luis Alberto Moreno tiene 55 años, ahora sonríe constantemente, es expresivo con sus manos. Si dice abrazo, se abraza solo, como si la palabra abrazo le fuera tan importante y necesitara decirla con boca y brazos. Era habitante de calle, drogadicto y alcohólico. Pero eso ya pasó y no hay que darle importancia. Hoy es un hombre que continúa viviendo del reciclaje y no se avergüenza porque esa es una labor que favorece al mundo. Es la mano derecha de sus amigos del Colectivo. Abre la casa y la cierra. Goza de confianza y responsabilidad para asumir tareas, es don Luis la prueba fehaciente de que el amor, la cultura y el arte lo pueden todo, que son una trinidad endiosada que hace milagros. Hay momentos en la vida donde es más vital y poderosa una casa cultural que una cafetería, porque una empanada no conmociona como una cinta, una canción o un libro.

 

 

 

 

 

 

 

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