Jueves, 15 Marzo 2018 16:34

El gato no existe sin la palabra gato

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Estamos tan familiarizados con el lenguaje cotidiano, que parece increíble que lo hayamos aprendido comenzando desde cero. Hablamos de mesas, nubes, sillas, perros, gatos, amigos y enemigos, y de tantos otros temas, que nuestro mundo está completamente determinado a nuestro alrededor: nombramos todo aquello que nos llama la atención y sobre lo cual queremos decir algo. De tal suerte que veo una mesa, con su silla, sobre el piso, junto a un árbol con sus hojas; alrededor pasa un césped y caminan una gran cantidad de individuos a los que llamamos simplemente ‘gente’. Y si trato de pensar, desde aquello que nombro yo, Hans, sentado en una silla mirando alrededor, dentro de una institución llamada Universidad de Ibagué, ¿qué de todo esto, de lo que está junto a mí no puede ser nombrado? Me hallo en una situación de perplejidad porque incluso cuando no sé el nombre común que ciertos individuos le han asignado, tengo el recurso de nombrarlo como cosa, vaina, objeto, algo, eso, esto, aquello, etc. Puedo nombrar todo aquello que se encuentra a mi alrededor, incluso si no sé cómo se llama. ¿De dónde salieron esos nombres?, ¿por qué puedo usarlos?, ¿por qué me permiten hablar de lo que está a mi alrededor? ¿Todos los seres vivos vemos las mismas cosas? El lenguaje es tan familiar a nuestra actual existencia que parece absurdo abstraerse de él.

Quiero concentrarme en este texto en dos puntos que, a mi modo de ver, son esenciales para entender el lenguaje: el primero tiene que ver con el origen de los nombres que puedo usar, la manera de usarlos mediante la articulación en oraciones, y el efecto que produce en quien hace uso de ellos desde la más temprana infancia. En segundo lugar, quiero examinar si todos los seres vivos vemos las mismas cosas o no. Es decir, si un perro puede percibir la mesa, el hueso, a otros perros, o incluso a su propio amo.

La primera pregunta se relaciona con la manera en que poseer un vocabulario permite constituir el mundo de los sujetos a partir de cómo se aprende desde la infancia un lenguaje, durante el desarrollo de las estructuras personales y sociales. Esto implica, además, que se trata de un aprendizaje que no es posible de manera individual y aislada de la comunidad concreta en la que se vive. El aprendizaje se da en contextos completamente particularizados. Es imposible sustraer el aprendizaje de la familia, los amigos, los vecinos, la ciudad, etc. La realidad contextual afecta el proceso de aprendizaje del lenguaje y determina aquello que se puede decir y hacer con las palabras. La segunda pregunta se refiere a los demás seres vivos, en especial los otros animales, pues habría que saber si efectivamente habitamos el mismo mundo o si se trata de realidades completamente inconmensurables.

Humano, demasiado humano

Nietzsche (1998) muestra cómo el lenguaje no puede hablar de un mundo en sí, de un mundo real, independiente del sujeto que habla sobre las cosas. El lenguaje nunca puede llegar a la verdad porque no hay una conexión directa y definitiva entre aquello que dice la palabra y las cosas. Esto lo evidencia cuando presenta lo metafórico que en efecto es el lenguaje. En primer lugar, hay unos impulsos nerviosos que se convierten en una imagen, primera metáfora. Posteriormente, esas imágenes se convierten de nuevo en sonidos, segunda metáfora. Esto se puede entender de la siguiente manera: se produce un estímulo sensible cuando veo esto (ö), e inmediatamente me hago una imagen de lo que veo. Esta es la primera metáfora, pues paso de unos impulsos sensibles electroquímicos a la imagen de un cierto animal doméstico con determinadas características al que llamo gato. En segundo lugar, expreso esa imagen por medio de palabras, en particular, de la palabra gato que se convierte de nuevo en un impulso sensible electroquímico para quien lo escucha.
La pregunta interesante es por la relación entre el primer estímulo y el segundo que son completamente independientes y distintos ¿qué tipo de vínculo se establece entre ellos más allá de la metáfora? 

Para poder hablar del mundo se requiere del uso metafórico del lenguaje. Nunca estamos hablando de aquello que percibimos ni de los impulsos sensibles; hablamos de metáforas que hemos aprendido desde niños y que son las que nos permiten ver el mundo que nos rodea. Y estas metáforas —como por ejemplo decir que estoy sentado en esta silla, escribiendo estas palabras, ocupando un espacio de mi oficina­— son narraciones que construimos a partir del lenguaje aprendido. En conclusión, podemos decir que para Nietzsche (1998) no hay una distinción entre el lenguaje y el mundo real, puesto que todo lo expresado por medio del lenguaje es lo que existe. Además, esta existencia está determinada por las metáforas del lenguaje que permiten construir ficciones sobre la realidad que son las que determinan el mundo, que solo puede ser humano, demasiado humano.

Juegos del lenguaje

Wittgenstein (2009), en las Investigaciones filosóficas, desarrolla uno de los temas característicos de su pensamiento: los juegos del lenguaje. No existe una realidad continua para el ser humano que pueda expresarse de manera lineal por medio del lenguaje. Por el contrario, cada situación en la que se encuentra una persona dentro de la comunidad ya está determinada por ciertas reglas, por ciertas características, por ciertas narraciones. Es así como puedo estar en esta oficina y ello implica que estoy cumpliendo un horario, que tengo unas labores, que puedo hacer ciertas cosas y otras no, etc. Pero puedo tomar un bus hacia la casa y esto implica otras cuestiones: que debo pagar un pasaje, que debo respetar a los otros pasajeros, que debo usar el timbre para indicar dónde voy a bajar del bus, etc. Y así con todas las situaciones cotidianas, incluso las más complejas como ir a cine, puesto que en esta actividad ingreso a una sala de proyección, hago silencio, veo una pantalla, río, lloro, etc., y siento que he vivido algo nuevo, cuando en realidad solo he estado frente a un telón iluminado. Participamos en un sinnúmero de juegos del lenguaje, construimos mundos, elaboramos infinitos, como el juego del lenguaje de las matemáticas; en fin, por medio de estos juegos nos inventamos el mundo en el que queremos vivir. Con Wittgenstein podemos decir que el lenguaje que aprendemos nos introduce en diferentes escenarios en los cuales vivimos ciertas experiencias en virtud de las reglas específicas que allí operan.

Conclusión

Con estas dos reflexiones quiero responder a las preguntas con las que se inicia este escrito. En primer lugar, el lenguaje es metafórico. Esto implica que es construido por comunidades a lo largo de la historia y que se nutre de la experiencia de cientos de hombres que han hecho uso de él. Aprender una palabra consiste en pertenecer a una comunidad particular que determina las metáforas propias que constituyen el mundo. En segundo lugar, solo dentro de los juegos del lenguaje cobra sentido hablar de realidades o de un mundo externo. Y para ello se ha de poseer la facultad y capacidad del lenguaje. Los demás seres vivos, al no participar de dichos juegos del lenguaje, no pueden percibir nuestra realidad. Es decir, se trata de dos mundos inconmensurables, aunque todo lo que tiene que ver con la naturaleza de los demás seres pertenece a otro juego del lenguaje. El lenguaje es la medida de todas las cosas y por eso la existencia de las cosas depende del lenguaje, de ser nombradas: el gato no existe sin la palabra gato.

 
Referencias

Nietzsche, F. (1998). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, trad. Luis Valdés y Teresa Orduña, Madrid, Tecnos.
Wittgenstein, L. (2009). Obra completa I (Tratactus Logico-Philosophicus. Investigaciones filosóficas, sobre la certeza). Madrid: Gredos.
Visto 869 veces Modificado por última vez en Martes, 03 Abril 2018 21:17

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