Viernes, 16 Marzo 2018 14:52

Acerca de Tras las líneas

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En esta corta reflexión quisiera retratar algunas de las formulaciones iniciales del libro de Daniel Cassany (2006), Tras las líneas, lo mismo que entablar un enlace de comunicación con otros textos que, a mi entender, guardan relación en el marco de estudio del libro mencionado, si bien proceden de otras disciplinas del saber, la antropología y la historia, especialmente.

Así pues, el tema principal que aborda Cassany en esta ocasión tiene que ver con “la lectura contemporánea, las prácticas de leer y comprender en los inicios del siglo XXI” (Cassany, 2006, p.10). La idea central acerca de la lectura y la escritura que prevalece en su estudio, habla acerca de estas como algo más que tareas lingüísticas o procesos psicológicos, enfatizando mejor su dimensión, en cuanto son prácticas socioculturales. Si bien la lectura demanda un ejercicio de descodificación del texto escrito, cuidando de atender a los significados implícitos, toda lectura supone también el tomar conciencia del sentido que cada sociedad confiere a las palabras. Se puede afirmar, entonces, que, al tiempo que cambian las comunidades, se modifican el significado y el valor de los textos.

No es extraño encontrar personas que aún hoy día piensan que la actividad de leer es lo mismo que oralizar lo escrito. Esta visión, por lo demás mecánica, enfatiza la capacidad descodificadora, literal, arrojando a un lado el ejercicio de comprender. Ya Chartier (2004) alerta sobre esta problemática, característica de finales del siglo XX, también llamada analfabetismo funcional, o iletrismo, para referirse a aquellas personas que, pese a sus años de escolaridad, evidencian problemas con lo escrito, al punto de experimentar dificultades en el desempeño de su vida corriente. 


Entre 1970 y 1990, la vida social, administrativa y profesional incrementó en gran medida y en todos sus sentidos sus exigencias en materia de competencia escrita: para orientarse en la ciudad, poner en funcionamiento un cajero automático, usar un aparato doméstico y, sobre todo, llenar todos los formularios que invaden la vida cotidiana. Los trámites ante cualquier institución no han dejado de complicarse: el más mínimo trámite requiere crear un archivo, llenar un montón de papeles. Es el reino del papel burocrático. (Chartier, 2004, p.175)

Más próxima y científica resulta la idea de pensar que leer es comprender. Para tal efecto es preciso llevar a cabo variadas destrezas mentales o procesos cognitivos, tales como: aportar conocimientos previos, inferir aquello que el texto no dice, formular hipótesis, elaborar significados y anticipar qué dirá un escrito, entre otros. Todo esto da como resultado aquello que se ha llamado alfabetización funcional, es decir, el desarrollo de las destrezas descritas en función de la capacidad de comprender (Cassany, 2006).

Vista desde esta perspectiva, la lectura sería entonces un ejercicio universal e igualitario. Toda vez que lo que se reclama son procesos cognitivos, y estos poseen un asidero biológico, todas las personas deberían leer de la misma manera, todos podrían alcanzar en algún momento dado las mismas habilidades. Sin embargo, esta idealización se desvanece rápidamente, y es aquí donde la formulación de Cassany (2006), su concepción sociocultural del leer y escribir, cobra mayor fuerza, para dar al traste con la diversidad y complejidad que estas tareas conllevan.

 

Para empezar, desde la dimensión sociocultural se asume que la lectura y la escritura son construcciones sociales, actividades socialmente definidas (Cassany, 2006).

 

La lectura cambia en relación con el periodo de la historia, de la localidad, de las actividades humanas. En cada momento el leer y el escribir han aparecido bajo prácticas particulares, encarnados en géneros discursivos propios.

Para cada uno de estos géneros, bien que se trate de una noticia, un poema, un ensayo, una novela, etc., la lectura y la escritura adoptan funciones precisas. Aquello que se espera del lector y el autor, los recursos del lenguaje predominantes, las figuras de retórica y demás, encuentran sustento en el marco de una cultura y un tiempo concreto que los define, los fija, les impone criterios económicos de interpretación.

Un texto abierto sigue siendo un texto, y un texto puede suscitar infinitas lecturas sin permitir, en cambio, cualquier lectura posible. Es imposible decir cuál es la mejor interpretación de un texto, pero es posible decir cuáles son las equivocadas. En el proceso de semiosis ilimitada se puede ir de un nudo cualquiera a cualquier otro, pero los pasos están controlados por reglas de conexión que, de alguna manera, nuestra historia cultural ha legitimado (…) Después de haber producido un texto es posible hacerle decir muchas cosas (…) pero es imposible —o al menos críticamente ilegítimo— hacerle decir lo que no dice. A menudo, los textos dicen más de lo que sus autores querían decir, pero menos de lo que muchos lectores incontinentes quisieran que dijeran. (Eco, 2013, p.122)

En este marco de reflexión, hablar de la lectura como un ejercicio abstracto o neutral es cuando menos inapropiado. Como ya habrá sido posible advertir, la mirada sociocultural privilegia un sentido múltiple, flexible, dinámico de la misma, e incluso, cuando Cassany (2006) advierte del poder que esconde la literacidad puesta al servicio de organizaciones culturales y políticas con ansias de dominio, deja en evidencia esta otra forma de lectura, aquella que disloca “las relaciones de un texto para someterlo a la interpretación de la ideología dominante” (Zuleta, 2015, p.5).

Así entonces, esta visión sociocultural de la lectura y la escritura, que enfatiza el origen social del conocimiento, que reconoce la estela histórica que acompaña a los discursos y resalta los intereses y ámbitos particulares en que se llevan a cabo, hace prioritario el atender a una óptica interpretativa de la cultura. Se marca la necesidad de buscar significaciones, elaborar la comprensión a partir, principalmente, de expresiones sociales enigmáticas en su superficie, permitiendo percibir el proceso general del conocimiento y el entrar en contacto con universos imaginativos distintos. Al fin y al cabo, es debido reconocer el peso que el tiempo y las estructuras de significación establecidas otorgan a cada manifestación. “…las culturas modelan la manera de pensar, aun en el caso de los grandes pensadores. Un poeta o un filósofo puede llevar el lenguaje hasta sus límites, pero en cierto punto se tropieza con la última frontera del significado” (Darnton, 2006, p.14).

La idea general de la perspectiva sociocultural acerca de la lectura y la escritura de Cassany (2006) advierte de la importancia de desestimar la familiaridad con la que muchas veces abordamos los textos. El leer de forma anacrónica socava la voz de los textos, niega la negociación de significados y hace que la comprensión en profundidad se vuelva algo estéril.

Referencias

Cassany, D. (2006). Tras las líneas. Sobre la lectura contemporánea. Barcelona: Editorial Anagrama S.A.
Chartier, A-M. (2004). Enseñar a leer y escribir. México: Fondo de Cultura Económica.
Darnton, R. (2006). La gran matanza de gatos. México: Fondo de Cultura Económica.
Eco, U. (2013). Los límites de la interpretación. Barcelona: Debolsillo.
Zuleta, E. (2015). Elogio de la dificultad y otros ensayos. Colombia: Ariel.

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