Miércoles, 14 Marzo 2018 16:40

De la autodeterminación de la conducta y otras ilusiones

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Acerca de la relación entre lenguaje y pensamiento existe copiosa información, en especial acerca de la reciprocidad de ambos procesos, conforme al desarrollo psicológico y social del individuo en un entorno social. Poco o nada puedo aportar frente a las inmensas vicisitudes de la función simbólica y la mar de posibilidades de representación del mundo y creación de otros mundos posibles. Sin embargo, el lenguaje presta al ser otra función que poco se ha visibilizado, pese a presentar enormes implicaciones a nivel psicológico, sociológico y humanista; esta es, la función de regulación del comportamiento.

En principio, es posible encontrar en los estudios comparativos acerca del lenguaje un interés profundo por el carácter comunicativo del mismo, en cuanto la transmisión de información permite un aumento en la probabilidad de supervivencia del individuo y de la especie, así como una mejora en las posibilidades de legar el material genético a siguientes generaciones. En este sentido, la información bien podría referirse al momento del ciclo reproductivo, ecolalias simples que informan de la ubicación y estado del organismo, como también podría tratarse de plantear una amenaza de agresión a un adversario o, incluso, tratar advertir a un compañero sobre la presencia de un depredador (Cuetos, González & de Vega, 2015; Pepperberg, 2015). En cada uno de estos casos, es posible suponer un cambio en la conducta del receptor, con respecto a la información obtenida; el que dicho cambio sea intencional o no es lo de menos.

 

Podríamos listar, entonces, las múltiples formas de comunicación (química, sonora, etc.) y asumir que hay algunas compartidas entre diferentes especies, en cuanto resultan ser efectivas.
 

El cambio en la conducta de un organismo con respecto a la información es entendido, en consecuencia, como una modificación a partir de una contingencia contextual, que es un rasgo compartido entre animales (incluso los más simples) y los seres humanos. La diferencia entre los unos y los otros yacería, hasta acá, en el grado de complejidad de la información, así como en la existencia de intencionalidad; sin embargo, la naturaleza de los resultados es la misma.

En cuanto al ser humano, Piaget (1991) establece que el niño logra a cierta edad comunicar no solo estados emocionales propios, sino alterar los de su contraparte; por ejemplo, el niño que escribe una carta a su padre que está de viaje, esperando que este se alegre al recibirla, o aquel otro que llora o miente para evitar el castigo. Ambos casos suponen el estado emocional del receptor y actúan en consecuencia, con la intención de producir un cambio: alegrar a papá, embelecar o engañar a mamá. No obstante, parece ser que nos estamos perdiendo de algo. Es decir, la mera comunicación de información resulta satisfactoria a la hora de explicar cómo un organismo puede incidir en la conducta de otro, aumentando o reduciendo la probabilidad de emisión de una conducta; sin embargo, no alcanza para sustentar la modificación del propio comportamiento.

Al respecto, podemos recurrir a la explicación funcionalista que establece que el medio ambiente juega un papel decisivo en la emisión de la conducta, pues el estímulo tiene correspondencia con la respuesta del organismo. Esto implica dos cosas; la primera, quien controle los estímulos del entorno controlará la conducta, y la segunda, para que un individuo pueda regularse tendría que controlar de forma consciente su "ambiente". Ante esto, Skinner (1981) coincide con Piaget en que la comunicación permite alcanzar objetivos a través de la manipulación del otro (por ejemplo, la orden: <pásame el vaso de agua>). Adicionalmente, plantea que el individuo puede emitir una respuesta operante verbal sobre sí mismo, lo cual a su vez se establece como contingencia ambiental de la propia conducta, esto es, una cláusula condicional que ayuda a la autorregulación, v. gr., “si consigo trabajo me compro la moto”. Sin embargo, esta teoría alberga su limitación en el grado de conciencia que implica para su funcionamiento, y es algo que no podemos pedir a todas las personas.

Por otra parte, está la propuesta de Vygotski (2001), quien constata este hecho a partir de observaciones y lo denomina “estimulación autogenerada”, que nos lleva directamente a entender el papel modulador del lenguaje sobre la conducta del individuo. Para el autor ruso, el lenguaje posee una característica fundamental, es autorreferencial; es decir, el lenguaje puede referirse a sí mismo (por ejemplo, este texto es un ejercicio de lenguaje refiriéndose al lenguaje). Así que este rasgo establece múltiples posibilidades para el individuo, como pensar en voz alta, referirse a sí mismo, pues, en cuanto usuario del lenguaje, puede hablar sobre sí (yo estoy escribiendo) e, incluso, más importante, puede hablarse a sí mismo y darse órdenes.

Ahora bien, con Vygotski (2001) tenemos, además, que el lenguaje es un constructo social e histórico, una herramienta que potencia las capacidades cognitivas. Este planteamiento es similar al que llegó, por la misma época, pero desde una perspectiva teórica diferente, uno de los padres del pragmatismo, George H. Mead (2015),con una ligera variación: para el primero, las palabras derivan necesariamente de la dinámica social, el individuo solamente llega a hacer parte de la sociedad, en cuanto internaliza sus elementos, esto es, un enfoque histórico-cultural.Para Mead (2015), en cambio, el individuo incluso llega a negociar de forma activa (aunque no del todo consciente) los gestos a partir de la relación con sus cuidadores primarios, es decir, el gesto cobra significado en la relación interpersonal y en el marco de la vida cotidiana, esto es, se aboga por una perspectiva interaccionista.

Finalmente, Vygotski (2001) y Mead (2015) coinciden en una sencilla idea, pero que implica un giro en los fundamentos mismos de concepción psicológica, sociológica y antropológica del ser humano; esta es, si el lenguaje, incluso desde sus unidades más básicas (palabra, para Vygotski; gesto, para Mead) es un constructo social que se aprende con la interrelación social y con el medio, y, como ya se ha visto, juega un papel fundamental en la manipulación consciente de la conducta de los otros y de la propia, entonces, es la propia sociedad quien, en últimas, regula nuestro actuar a partir de los mecanismos más sutiles. El origen de nuestra conciencia, capacidad reflexiva y nuestra mejor herramienta cognitiva es social.

Referencias

Cuetos, F., González, J. y De Vega, M. (2015). Psicología del lenguaje. Madrid: Editorial Médica Panamericana.
Mead, G. H. (2015) Mind, SelfadnSociety. [Thedefinitiveedition]. The University of Chciago Press. ISBN-13: 978-0-226-11273-2
Pepperberg, I. (2014) La evolución del lenguaje desde una perspectiva aviar. En Gutiérrez, G y Papini, M. (Eds.). Darwin y las ciencias del comportamiento. Segunda reimpresión. (pp.451-474) Universidad Nacional de Colombia. Colegio Colombiano de Psicólogos. Bogotá.
Piaget, J. (1991) Seis estudios de psicología. Barcelona: Editorial Labor, S.A.
Skinner, B. F. (1981). Conducta verbal. Ardila, R. (Trad.) México: Editorial Trillas.
Vygotski, L. S. (2001) Pensamiento y lenguaje. En Obras escogidas. Tomo II, (pp. 9-348). Madrid: Machado libros

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