Viernes, 16 Marzo 2018 14:40

El lenguaje: una ventaja evolutiva

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Estudiar el lenguaje es estudiar la evolución de la especie humana; sin embargo, debido a su complejidad, suele requerir de esfuerzos interdisciplinarios. Para empezar, hay que tener en cuenta aquello que estableció Saussure, padre de la lingüística moderna, quien marcó una diferencia importante y fundamental al referirse al lenguaje desde dos concepciones distintas. En primer lugar, hace mención a la lengua como particular de cada sociedad, compuesta por un sistema de signos y una estructura formal. Y, en segundo lugar, elabora acerca del habla como el uso que se hace de ese sistema para comunicarnos.

 

Lengua y habla se unen dada la relación que logre entretejer el ser humano en su experiencia vital.

 

Se marca, así, el desarrollo de la habilidad de uso del sistema a lo largo de su crecimiento y prácticamente durante toda su vida, puesto que los niños de cada generación nacen, crecen y habitan un mundo físico y social, a partir de los instrumentos culturales preexistentes. Siendo así, podría entenderse que la lengua, como sistema derivado de la facultad del lenguaje, es una herramienta cultural que se adquiere ontogenéticamente.

Entonces, ¿el lenguaje es heredado o aprendido? Conforme a lo dicho anteriormente, se reconoce un factor netamente aprendido; sin embargo, aprecio el factor biológico, no en el sentido en que se poseen unos genes determinados para el lenguaje y que son activados en la medida en que tengamos una interacción con el ambiente, sino más bien considero el sentido evolucionista desde una perspectiva filogenética, ya que con el paso de los años y según el ambiente en que se desenvolvían las especies, su biología cambió contribuyendo a que se desarrollaran ciertas estructuras cerebrales que permitieron una capacidad cognitiva superior, además de la mejora de la postura (bipedación y uso de las manos) así como la mejora del aparato fonador (Ardila, 1969.)

Consecuentemente, la especialización a partir de estas mutaciones, su vinculación y relación con el ambiente permitieron una progresiva y mejorada práctica de formas básicas de comunicación; en un principio los sonidos que se emitieron fueron tan básicos como un monosílabo o un grito con sentido, quizás relacionado con la expresión de emociones o, quizás, con la imitación de sonidos de estímulos relevantes del ambiente. Nuestros ancestros requerían, cada vez más, de un vocabulario más complejo y diverso, para nombrar las cosas o, de otro modo, para onomatopeyizar los objetos. Estas designaciones pasaron de generación en generación; y cada vez más en cada época que transcurre se diversifican y transforman estas palabras (Ardila, 1969).

En este sentido, los factores biológico y cultural posibilitan que el lenguaje se produzca y que se desarrolle como una capacidad superior exclusiva del ser humano. Por tanto, no se debe reducir a una conducta más que funciona de forma similar a otros comportamientos del hombre como saltar o andar; antes bien, articula una multiplicidad de procesos básicos tales como atención, percepción y memoria, entre otros. Además, como lo indica George Mead (1973), permite el proceso comunicativo que fundamenta la interacción, mediante el habla. A través de la conversación de gestos, los agentes sociales son capaces de percibir cambios en el aspecto del otro y de interpretarlos, posibilitando así un entendimiento mutuo, pues los patrones conductuales nos facultan para entender el gesto de desaprobación, así como las emociones positivas tales como alegría o felicidad.

Afirma Mead (1973) que de esta forma somos capaces de anticipar las reacciones de nuestros interlocutores porque sabemos que nosotros mismos reaccionaríamos de esa manera, lo cual resulta de suma importancia, en cuanto facilita una mejor y mayor predicción y adaptación a la conducta del otro y al ambiente.  En la escala evolutiva, esto proporcionó una mejoría en las relaciones y el entendimiento. Así mismo, según Skinner (1981), el hecho de que el hombre primitivo empezara a señalar objetos y a obtener una respuesta del otro establece una relación de tipo operante, desde la cual se origina el control de la conducta, incluso de la conducta de otros, con base en el uso de lenguaje, así como, del mismo modo, otros pueden controlar mi conducta. En últimas, esto me permite establecer un control de mi propia conducta con el establecimiento de cláusulas autoasignadas.

Finalmente, podríamos afirmar, junto a Mead (1973), que el lenguaje deriva en instrumentos mediadores con una función comunicativa, cognitiva y conductual, teniendo en cuenta que en primera instancia nos permite relacionarnos con los demás, exteriorizar nuestros pensamientos e ideas y, por último, mediante el lenguaje conocemos el mundo y construimos patrones comportamentales que nos permiten desenvolvernos mejor. Esto nos concedió una amplia manera de categorizar e identificar características de nuestro mundo e implicó una ventaja para la supervivencia.

Referencias

 Ardila, R. (1969). Psicología y el origen del lenguaje. Revista Colombiana de Psicología. Universidad Nacional, 14 (1-2), 51-56.
Mead, G. (1973) Espíritu, persona y sociedad. Desde el punto de vista del conductivismo social. Barcelona: Paidós
Skinner, B. F. (1981). Conducta verbal. Ardila, R. (Trad.) México: Editorial Trillas.

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