Jueves, 15 Marzo 2018 16:51

Lenguaje y pensamiento occidental. Algunos problemas

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Entender la palabra —el lenguaje verbal— a partir de la relación de significación, significado y significante implica adentrarse en un modo de pensamiento moderno y occidental. Esta perspectiva, además de reduccionista, ha evitado el reconocimiento de otros modos de conocer la realidad. Sin el ánimo de idealizar corrientes de pensamiento no occidentales ni de señalar a Occidente como el culpable de una sociedad degradada, las siguientes palabras buscan explorar posibilidades de entender el lenguaje por fuera de la tradición racionalista adoptada por la lingüística. Como no se trata de una reflexión in extenso, mi objetivo no es desarrollar a profundidad los temas y problemas, sino señalar algunas cuestiones y que, tal vez, estas breves páginas se conviertan en punto de partida para una discusión más estructurada.

La consolidación de la teoría del signo lingüístico desarrollada por Saussure (1906-1916) permitió el desarrollo de la lingüística moderna. Sin embargo, esto no quiere decir que la idea del lenguaje como un sistema de signos que permite nombrar la realidad y comunicarnos es patrimonio exclusivo del siglo xx ni aún siquiera de la modernidad. Los primeros lingüistas reconocían en Platón, particularmente en Crátilo, un antecedente de vital importancia[1]. Precisamente, el filósofo de la Antigua Grecia discutió el problema de la naturaleza del lenguaje a partir de una disyunción fundamental: la coincidencia o no entre la palabra que nombra la cosa y la cosa en sí misma. Como señala Xavier Laborda (2010), la historiografía de la lingüística rescató de este diálogo aquello que le era más afín; es decir, la reflexión sobre el carácter sígnico de las palabras, entre otras cosas.



A riesgo de simplificación, podría decirse que la historia de Occidente terminó por decantarse por este camino y les otorgó poco valor a otros tipos de pensamiento, considerados no racionales o premodernos[2].
 
Dentro de estos, pueden considerarse no solo las lenguas propias de comunidades indígenas, orales, sino algunas escritas, como las expuestas por las tradiciones cabalísticas fundadas en la palabra de libros sagrados[3]. A riesgo de simplificar, puede afirmarse que estas tradiciones tienen en común la idea de identificación de la palabra con la esencia de la cosa que nombra. Se trata de una especie de pensamiento mágico, bajo el cual, por ejemplo, para el caso de los cabalistas, las palabras, en cuanto son idénticas a las cosas mismas, serían potencialmente creadoras.

Es en este sentido que Walter Benjamin (1916), en su ensayo Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos, parece responder a las recientes corrientes de la lingüística cuando escribe: “He aquí el enfoque burgués del lenguaje y cuyo insostenible vacío se irá aclarando a continuación. Dice: la palabra es el medio de la comunicación, su objeto es la cosa, su destinatario, el hombre” (p. 62). En claro diálogo con Platón, el filósofo alemán apunta que esta perspectiva burguesa imposibilita el carácter gnoseológico del lenguaje; esto es, la capacidad de conocer la esencia de las cosas por medio de la palabra. En este punto, resulta necesario señalar que la lingüística moderna se ha alejado de estos problemas, puesto que sobrepasan sus propósitos (Laborda, 2010); es decir, el lenguaje en cuanto sistema de comunicación humana. Por esto, la filosofía, como el diálogo de Platón o el ensayo de Benjamin, entre muchos otros, se habría encargado de pensar la relación con el conocimiento, la relación entre lenguaje-ontología-epistemología.

Por otro lado, el mismo Benjamin (1916) tampoco concibe que la respuesta sean estas corrientes otras: “no menos errónea es la refutación de la tesis burguesa por parte de la teoría mística del lenguaje” (p. 68). Por esto, la propuesta de Benjamin (1916) radica en comprender que el lenguaje expresa en sí mismo —no como un medio— la esencia espiritual; en otras palabras, el lenguaje humano permitiría conocer “la entidad espiritual humana” (p. 63). En últimas cuentas, Benjamin intenta, ante los avances de la disciplina lingüística, ver más allá del lenguaje simplemente como un instrumento de comunicación.

Así, a lo largo del siglo XX, el desarrollo de corrientes y disciplinas, como la teoría crítica, el estructuralismo, el análisis del discurso, la antropología, y otras que han revisado los fenómenos culturales en relación con el desarrollo histórico y social, ha permitido el papel fundamental que cumple el lenguaje en la configuración de la realidad. De igual manera, la atención que han recibido los estudios sobre los modos de expresión orales ha permitido entender que, como propone Pacheco (2016), la preeminencia de una forma verbal sobre otra se constituye en verdaderas “economías culturales”:

El desarrollo de peculiares procesos de conocimiento, concepciones del mundo, sistema de valores, formas de relación con la comunidad, con la naturaleza, con lo sagrado, usos particulares del lenguaje, nociones de tiempo y espacio y, por supuesto, de ciertos productos culturales con características específicas. (p. 54)

Sin embargo, estas reivindicaciones de culturas otras no implica necesariamente la comprensión de estos modos de pensamientos. El mismo Pacheco (2016) comenzaba su libro reconociendo lo paradójico que es escribir sobre culturas orales sentado en un escritorio frente a un ordenador. Cabe aclarar, nuevamente, que no se trata de una romantización de las culturas orales, sino de pensar posibilidades distintas de comprensión de la realidad a partir del lenguaje, sin ningún tipo de valoración moral.

Si bien resulta difícil esbozar una conclusión en este espacio, podría señalarse la importancia de pensar estos problemas mencionados en un mundo hiperconectado. La emergencia de nuevos modos de comunicación ha desestabilizado las nociones de escritura y oralidad en sus concepciones clásicas[4]. No solo la lingüística, sino las ciencias sociales y las disciplinas humanísticas deben afrontar y tratar de explicar las transformaciones que los nuevos usos del lenguaje están trayendo a las tramas sociales. Así, la pregunta no debe dirigirse simplemente al pasado, también al presente y a otras culturas, como a la nuestra.

Referencias

Benjamin, W. (1916). Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos. En Iluminaciones IV: Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Madrid: Taurus. pp. 59-74.
Calsamiglia, H.& Tusón, A. (1999). Las cosas del decir. Manual de análisis del discurso. Barcelona: Ariel.

 

Laborda, X (2010). Crátilo: Diálogo con el mito platónico de la lingüística. En Revista electrónica de estudios filológicos, (19). https://www.um.es/tonosdigital/znum19/secciones/estudios-14-cratilo.htm.

Pacheco, C. (2016). La comarca oral revisitada. Bogotá: Universidad Nacio



[1]Sobre esto, puede consultarse a Laborda (2010).
[2]A propósito de esto, los estudios sobre oralidad durante el siglo xx relacionaron esta inclinación con el desarrollo de la cultura letrada en occidente, la cual tuvo sus inicios, precisamente, en la Grecia helenística. Sobre esto, recomiendo ver el primer capítulo del libro de Carlos Pacheco La comarcar oral revisitada (2016).
[3]Autores como Borges y Benjamin exploraron las posibilidades de este tipo de pensamiento. Sobre el cuentista argentino, puede leerse La rosa de Paracelso.
[4]Por su brevedad y concisión recomiendo ver estas nociones en Calsamiglia & Tusón (1999).

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