Martes, 08 May 2018 23:26

La cultura política colombiana: todo, menos democrática

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La cultura política, entendida desde la visión expuesta en La Cultura Cívica y explicada someramente como “el conjunto de orientaciones, percepciones y actitudes del individuo para consigo dentro del sistema político y los demás componentes del mismo” (Almond & Verba, 1963, p. 13), es un elemento siempre presente en las decisiones de carácter político que toma cada individuo. Sin embargo, esa cultura política se compone desde una construcción histórica que cambia o reproduce esquemas que nos condicionan antes de actuar de una forma o de otra.

Teniendo en cuenta la proximidad de las elecciones del 27 de mayo, es oportuno realizar un análisis acerca de las características de la cultura política colombiana, que se nutre de estas conductas y al mismo tiempo las condiciona, tratando de establecer qué tan arraigada está la cultura política democrática.

Para ello, se parte de los criterios señalados por Nohlen (2007): una nación cuenta con cultura política democrática cuando cumple con cuatro elementos fundamentales: primero, confianza en las instituciones, las reglas, los líderes, e igualmente en el otro, en quienes están alrededor; segundo, la constante lucha contra y la reducción de prácticas públicas que promueven el desarrollo y permanencia de la desconfianza; tercero, tolerancia frente a la diferencia, como elemento esencial del pluralismo; por último, la capacidad de la élite política para formar compromisos y consensos (Nohlen, 2007). Colombia parece presentar falencias en el cumplimiento de los cuatro elementos anteriormente mencionados.

En la actualidad es manifiesta la desconfianza que existe por parte de la ciudadanía hacia las múltiples instituciones estatales, hacia los políticos, hacia los procesos llevados a cabo en el ámbito gubernamental y, en general, hacia las decisiones tomadas por aquellos que nos representan. De acuerdo con la Corporación Latinobarómetro, en 1997, el 69 % de los colombianos consideraba que la democracia era la forma de gobierno preferible. No obstante, a ese alto porcentaje se le puede contrastar el también alto porcentaje de colombianos insatisfechos con el funcionamiento del régimen, el 59 % (Latinobarómetro, 1997).

Veinte años después, el estudio elaborado por esta corporación nos indica que, en Colombia, solamente el 17 % de la población está satisfecha con la democracia del país. Igualmente, la corrupción puntea para los colombianos como el principal problema, y el porcentaje de la población que confía en instituciones como el congreso, los partidos políticos y el ejecutivo, se encuentra en niveles preocupantes —15 %, 10 % y 16 %, respectivamente— (Latinobarómetro, 2017). La corrupción se ubica entonces como uno de los ejes centrales que desprestigia la imagen de las instituciones y los dirigentes políticos. Esto nos permite confirmar que el primer elemento que, según Nohlen, se requiere para una cultura política democrática, no aplica en nuestro país.

El segundo elemento, que tiene relación directa con la confianza, es la lucha constante y la toma de medidas para la reducción de prácticas que generen desconfianza. Un ejemplo de los fenómenos o comportamientos que se busca reducir en una cultura política democrática, es la corrupción. En las presentes contiendas electorales y a lo largo del tiempo, la lucha contra este flagelo se ha mostrado como la bandera o la base de las propuestas de algunos candidatos o partidos. Sin embargo, como lo describe Nohlen, así es la realidad política colombiana:

Cada oposición denuncia públicamente la corrupción de los que gobiernan. Cuando a ella le toca gobernar, no se porta de otra manera. En el ejercicio del poder se impone la concepción de la política que está profundamente enraizada a la cultura política de la gente: el provecho de lo público por intereses privados. (Nohlen, 2007, p. 273).

 

En realidad, es muy común que se hable y se critique a quienes gobiernan, por parte de quienes se encuentran al otro lado del juego, porque no cuentan con los beneficios de los cuales sacar provecho.

 

Sin embargo, una vez entran en lo que todo el mundo llama la rosca, la postura crítica desaparece y aprovechan al máximo las ganancias que se pueden sacar, para satisfacer necesidades personales o familiares. El suponer que el otro va a actuar de cierta forma, nos genera la sensación de legitimidad para actuar como queremos, así objetivamente no sea lo correcto.

En tercer lugar, encontramos la tolerancia como elemento esencial del pluralismo. Colombia está definido como un país pluriétnico, multicultural e inclusivo; empero, la falta de reconocimiento y respeto con aquel que es diferente se evidencia día a día en actos de violencia, maltrato y exclusión. En el campo político pasa lo mismo. Cuando existen divergencias en cuanto a qué candidato debe ganar, cuál partido apoyamos, o cuáles deben ser las medidas para guiar mejor al país, no se construye un consenso basado en los diferentes puntos de vista, sino que se pretende derrotar al otro. Tanto la confianza como la tolerancia requieren para su existencia, la divulgación y entendimiento de los valores en favor del bien común. Pero este es un proceso que requiere el desarraigo de los comportamientos tradicionales individualistas y exclusivos, y la correcta construcción de una cultura pensada para el bien colectivo. Colombia aún está lejos de culminar o siquiera empezar este cambio.

Por último, la capacidad de la élite para formar compromisos y generar consensos, puede que sea permanente, pero lo discutible de estos consensos es el objetivo que persiguen. Es decir, la creación de acuerdos y la formulación de compromisos, van dirigidos como ya hemos mencionado, a beneficios personales o gremiales. En el deber ser de estos mecanismos, son una herramienta necesaria y muy útil en las democracias, “por el lado de la minoría, el compromiso es una forma de participación en las decisiones políticas… por el lado de la mayoría, es la forma de ampliar el apoyo y la legitimidad” (Nohlen, 2007, p. 274). Pese a esto, no existe un compromiso de las élites por la búsqueda de la inclusión de grupos sociales olvidados, de los intereses de comunidades afectadas por el abandono estatal a lo largo de la historia, o por los grupos socialmente débiles.

Teniendo en cuenta lo anterior ¿cómo actuamos frente al sistema en el que estamos inmersos?, y ¿cuáles son las posibles soluciones a estas problemáticas? Somos una ciudadanía de baja intensidad, que no se preocupa por la formulación de las políticas que, a fin de cuentas, nos determinan. No basta con ir a votar cada cuatro años y pensar que eso es un comportamiento favorable a la democracia. La construcción de un país mejor, inclusivo, socialmente cohesionado, requiere del desprendimiento de comportamientos egoístas y de un mayor interés en la política a nivel nacional y regional.

Referencias
Almond, G., & Verba, S. (1963). La Cultura Cívica: Estudio sobre la participación política democrática en cinco naciones. Princeton University Press.
Latinobarómetro. (1997). Cruces totales Latinobarómetro. Santiago de Chile.
Latinobarómetro. (2017). Informe 2017. Buenos Aires, Argentina.
Nohlen, D. (2007). Instituciones y Cultura Política. Constitución, democracia y elecciones: la reforma que viene, (págs. 271-275). Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM e IDEA Internacional.

Visto 7600 veces Modificado por última vez en Miércoles, 16 May 2018 23:19

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