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Transcurría el mes de julio y me preguntaba, ¿Cómo será mi vida a partir del 4 de agosto? pues ese era el día en que iniciarían mis clases en la Universidad y las películas de Hollywood, mis amigos y familiares me habían dejado inquietudes de lo que era ser un beginner, principiante o primíparo.

Llegué a Ibagué la última semana de julio, proveniente de un municipio del oriente del Departamento. No conocía a nadie en la ciudad porque mi vida había tornado siempre a Bogotá; mi lugar de residencia estaba relativamente lejos de la Universidad, razón por la que tendría que dirigirme en transporte público de ida y regreso a mis clases. Mi llegada a la ciudad no sería lo único nuevo en esta etapa de mi proyecto de vida, pero no sería lo único, ya que cuando vi el horario que me entregaron en la inducción decía que mi primera clase era a las 6:00 a.m., cosa que jamás había vivido.

Eran las 4:30 a.m. cuando inició a sonar la alarma de mi celular; con mucha pereza y gran esfuerzo me senté al borde de la cama, quedé mirando al infinito blanco de la pared de mi habitación por lapso de “digamos cinco minutos”, ya algo más consiente renegué de la Universidad por poner horarios tan enemigos a mi sueño, y así entre quejas y sueño me alisté para mi primer día como universitario.

Una hora después estaba en la calle esperando mi transporte, una ruta que por la delicadeza de sus conductores más parecía una montaña rusa que un medio de transporte, pero bueno, la buseta no es el centro de mi relato; faltaban quizá 15 o 10 minutos para las seis cuando llegué a la entrada del Portal (Glorieta de la calle 69), quise parecer el más normal en la U, hice lo que todos hacían, mostré mi carné mientras le decía al portero ¡Buenos días!, caminé por el sendero que lleva hacia el Patio de Banderas o más conocido como el pelódromo. Ahí empezó mi odisea, no recordaba el número de mi salón y no quería sacar el horario de la maleta, pero bueno, para todo hay solución, tenía mi celular donde podía consultar el número del salón y, bueno, supe al fin qué salón era, debía caminar hasta el 31.

Encontrar mi salón sin morir en el intento

Después de haber consultado mi horario desde el celular, me quedaba solo llegar hasta el salón 31, pero existía un problema, porque cuando en la inducción explicaron la estructura de la Universidad, de cómo estaban ubicados los salones por bloques, estaba concentrado en el aparato que hoy me había mostrado cuál es el lugar de mi primera clase.

Aún en el pelódromo vi hacia las gradas… me dirigí a las escaleras que están junto a ellas y subí como lo hace todo el mundo… siempre mostrando una naturalidad fingida, tratando de ocultar mis nervios de primer día de clase. Ya en el bloque 4 me dio por preguntarlea un estudiante por mi salón, a lo que de forma muy amable me respondió con una indicación equivocada, me dijo que mi salón estaba en el tercer piso del edificio rosado, lugar que era de cualquier color menos rosado. Al llegar al tercer piso vi que ningún salón tenía número, por ende, estaba en el lugar equivocado, ya eran las 6:10 a.m., no estaba en mi salón, era la primera clase, todo parecía ir mal.

Resignado a llegar tarde a mi primera clase, fui hasta la portería de estudiantes, le pedí indicaciones a uno de los celadores, y ahí sí, rumbo a mi primera clase, pensando en una excusa para decirle al profesor, para no quedar en ridículo ante mis compañeros. Ese día aprendí una de las lecciones más importantes para un primíparo, nunca le preguntes por un salón a un estudiante, aprende cómo se distribuye la Universidad, sé tú mismo para triunfar y prepárate para conocer gente maravillosa y vivir las mejores experiencias.

Visto 1170 veces Modificado por última vez en Lunes, 12 Marzo 2018 17:03

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