Lunes, 21 May 2018 14:53

Carlos, el intelectual intuitivo

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

 

Carlos Arturo López


Amante de:

Los tangos, los escucha desde niño.

Es un ejemplo:

Empezó a estudiar a los 70 años.

Escritor favorito:

Jorge Luis Borges

 

 

“El hombre no es importante por lo que escribe, sino por lo que lee”. Esta frase de Borges marcó el mundo literario de Carlos Arturo López. Nació ciego, y solo hasta los siete años pudo ver; cuando tenía nueve, su madre arrendó una pieza de la pequeña vivienda ubicada en el barrio Belén, y recuerda cuando el señor que la ocupó llegó con pocas cosas, entre ellas, dos cajas pesadas que le llamaron la atención. Como pudo, entró al cuarto para saciar su curiosidad y descubrió que estaban llenas de libros. A hurtadillas, entraba para disfrutar de ese mágico espacio donde leía Las mil y una noches; libros de Charles Fourier; de Allan Kardec, donde se encontró con el espiritismo; o El Infierno, de Dan Brown, donde conoció el misterio, la ficción y el suspenso, hasta que lo descubrieron. Esperando que lo regañaran, su vida dio un vuelco cuando lo que le dieron fueron las llaves del cuarto que le abriría las puertas al universo de la literatura.

Carlos nació en 1932, pero solo hasta los sesenta años, y por recomendación de un amigo, llegó al salón de clase ubicado en uno de los salones de la Biblioteca Darío Echandía, para recibir su primera clase. “Antes imposible, sentencia, pues mi vida estuvo marcada por los duros trabajos que hice para sobrevivir y no pude estudiar”. Su historia de pobreza no lo alejó de la mágica aventura de recorrer el mundo a través de los libros. Fue zapatero toda su vida, “desde los siete hasta los 60 años” y el arte que este oficio sigue representando para él, fue la base para ganarse la vida y vivirla a plenitud. Incansable viajero, amante de los tangos que escuchaba de chico con el maestro que le enseñó a confeccionar zapatos, cantante callejero, lector empedernido y escritor por el azar de la vida, es hoy uno de los escritores tolimenses que ha recibido importantes premios nacionales e internacionales.

López es alumno ejemplar del Taller RELATA-Liberatura-Ibagué, “estrategia nacional del Ministerio de Cultura que busca estimular la lectura crítica y la cualificación de la producción literaria a lo largo del país, con funcionamiento en 27 departamentos”, coordinado por la profesora Martha Fajardo, de la Universidad de Ibagué. Entre los reconocimientos que ha recibido, está el premio de cuento de la Cooperativa Judicial del Tolima, Compartiendo Talentos; premio de cuento, Hugo Ruiz, organizado por la Secretaría de Cultura de Ibagué; tercer finalista en el  concurso de cuento del Instituto Caro y Cuervo, categoría mayores. Además, sus cuentos se han publicado en la Revista Satena, en la Antología de la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa y en  las Antologías del Taller RELATA-Liberatura Ibagué, así como en el diario El Nuevo Día.

La labor del Taller de Escritura Creativa que hoy dirige la profesora de lenguaje, Martha Fajardo, ha permeado una generación de tolimenses que se le miden a escribir y no le temen a la publicación de sus obras. En ese sagrado recinto que es la biblioteca, cada semana, desde hace décadas, se dan cita los amantes de la literatura para estudiar las formas que les permitan contar historias a través de crónicas, poemas y cuentos. En ese grupo selecto y cambiante, donde unos se retiran por temor a ser leídos, por no encontrar “la musa de la inspiración” o simplemente porque es una experiencia con fecha de caducidad, siempre ha estado presente Carlos Arturo López: “Para aprender a escribir los recuerdos y para escuchar las historias de otros que se miden en frases, oraciones y párrafos literarios” o, simplemente, para recordarle que en el 2017 recibió un premio desde España que lo catalogaba como el Embajador de la Lengua Castellana; le llegó el reconocimiento en un diploma que hoy muestra orgulloso su nieto que estudia Literatura, en la Universidad del Tolima.

 

Cuando le llegó el momento de pensionarse escribió su primera novela La Zaga, que “narra la odisea de un hombre que va por el mundo rehaciendo el camino para volver al Padre, recordando sus vidas pasadas, unas veces feliz como místico, soñador y poeta al lado de su amada y otras inmensamente triste sin aliciente alguno en su existencia”.

 

Se publicó gracias a un hijo y un amigo que le dieron la oportunidad y el dinero para editar  los mil ejemplares que se han vendido a lo largo de estos años, y que dedica a sus cinco hijos, y a Jorge Luis Borges, su autor de cabecera, a “quien con su ceguera pudo ver mejor la luz del universo”. Los Hombres & Robots, editado el año pasado, es un libro de Costelaciones donde reafirma que entender la unión del ser humano con el cosmos, lo ha llevado a viajar y a encontrar en la literatura las respuestas de la vida.

Hoy, a los 86 años y con una visión precaria que lo obliga a seguir escuchando las voces del mundo a su alrededor para escribir, sigue publicando poemas y cuentos como El Semáforo en Rojo, premio de cuento Hugo Ruiz-2016; el prólogo lo define: “Hay oficio en este libro, hay humanidad y hay una ciudad vivida y recordada, una ciudad que se transforma entre el sueño y la imaginación. Una Ibagué que pasó del tren al semáforo, de los cafés como “La bola roja” a los centros comerciales. En medio de todo esto, está el hombre niño que alberga los colores, verde, amarillo y rojo del semáforo. El hombre que todos los días escribe a manos cuentos como estos que, sin duda, agregan a nuestro mundo de lectores un espacio para detenerse y ver pasar la vida frente al parabrisas”.

Los libros de poemas de Carlos López guardan entre sus líneas trozos de vida, donde el lector está “frente a un poeta enamorado y enamoradizo. Con descaro, él usa metáforas e imágenes clásicas; no le importa recurrir de nuevo a la perla y al albastro como materiales de sus amadas. Son mujeres de otro tiempo construidas con música de boleros o con claros de luna al fondo de sus movimientos. La adoración por lo femenino, por la encarnación del sueño de la mujer etérea es una constante en sus versos”:

Una tarde

Enterrarán mi heredad junto a mi carne

Una tarde entre compases de Beethoven,

un cercado de rosas, el deseo

de ahogarme en el respiro de tus manos.

Evocar las gotas que no se derramaron,

la noche en que tú y yo creamos

las notas de una ausencia.

Enterrarán mis huesos

no sé si con sol o lluvia, ya nada importará.

Esa tarde no tendrá tristezas

ni jactanciosos lutos,

seré un payaso con anhelos de una risa,

nada de efímeros llantos

que bastante lloran los viejos,

los niños y las viudas.

Los sueños son unos y la realidad otra, dice sonriendo y recordando anécdotas de cuando su madre desde pequeño le insinuaba que estaba adelantado a su época. El día que vino a la Universidad para esta entrevista se recreó mirando el paisaje, y los recuerdos lo trasladaron a los cinco años cuando visitaba esta zona de la ciudad: “Era una finca inmensa llamada El Vergel, propiedad de la familia Vila, donde mi madre trabajaba como cocinera; un jardín hermoso con una hacienda que no envidiaba nada la extensa pradera de la hacienda descrita en la novela María; era un paraíso que hoy tiene otro trasfondo magnífico que es el campus de la Universidad de Ibagué”.

“He sido muy afortunado”, dice con frecuencia, y recuerda libros que han definido sus gustos literarios,  como Las Ruinas de Palmira, de Francois de Chasseboeuf Volney,  una “obra que tuvo gran influencia en la literatura gala del siglo XIX, y que marcó mi vida por tener presente los cuatro pilares de la sabiduría, porque como dice en uno de sus capítulos: todo se reduce a la filosofía, la ciencia, el arte y la religión”. No en vano leyó con pasión los viajes de Marco Polo, para él “un encuentro con dos civilizaciones”, para dejarle a las generaciones venideras la semilla de la pasión por la lectura y la escritura, convertida en poemas, cuentos y novelas que se escribieron a pulso, sin recibir una educación que explique el reconocimiento por esta loable tarea, salvo “la convicción de ser disciplinado frente a la lectura y de escribir todos los días, aunque sean tontadas, pero hacerlo bien”.

El taller de RELATA-Liberatura le ha servido para gozarse los momentos como estudiante, donde profesores como César Pérez Pinzón, recordado amigo que le dejó un vacío desde su partida; Hugo Ruíz, Libardo Vargas y Martha Fajardo, lo han motivado para poder hacer lo que más le ha gustado en la vida. Nada lo ha detenido en esta carrera, ni cuando en la primera clase le dijeron que no era poeta, sino un bolerista escribiendo poemas. Ha demostrado con sus publicaciones y premios que sí podía escribir y siente un regocijo especial cuando la profesora le dice poeta. También le han dicho que es un intelectual intuitivo, porque no sabe gramática; Carlos López rara vez consulta un diccionario, pero se aprende las palabras. “Dicen que mi escritura es pulcra, y  aunque realmente no sé de gramática, los signos de puntuación los marco teniendo como referencia cómo hablan las personas”. La profesora  le ha pronosticado los premios que ha ganado, y está seguro que continuará plasmando en sus escritos las aventuras de la vida, esas “que lo llevaron a recorrer el Amazonas y convivir con las tribus que lo habitan”. Carlos Arturo López afirma que no existe pasado ni futuro, sino un maravilloso presente. Y cuando lo llaman poeta, escribe:

Me siento un poco…

Qué digo;

un todo vergonzante.

Sólo aquel que supo

dar a dos maderos

curvatura de besos,

en un arrullo el sacrificio,

en la cruz inmoló

el dolor de los humanos,

crucificó su amor,

ese es poeta.

Por: Alexa Viviana Bajaire, profesora del Programa de Comunicación Social y Periodismo, Unibagué.

Visto 1093 veces Modificado por última vez en Viernes, 05 Abril 2019 20:45

Medios