Martes, 03 Octubre 2017 19:43

Los colores

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Cristhian Ortegón


Hobbies:

Cocinar, pintar, escuchar música.

Artistas favoritos:

Beyonce.

Peliculas favoritas:

Contracorriente

 

 Las alegrías son subjetivas. En este mundo plural y de desigualdades enormes, ser feliz es un asunto de perspectiva. Culminar un proceso académico, para muchos estudiantes, significa alcanzar un peldaño formativo convencional, un tramo que por obviedad toca andar y terminar; sin embargo, para Cristian Ortegón, quien está próximo a titularse como Comunicador Social y Periodista, es un hecho que le infla el alma, que lo conmueve hasta las lágrimas.

La decisión de obtener un título profesional fue una idea ambiciosa para Cristian Fernando. Vino a Ibagué solo para hacer algo de dinero y a ayudar a su familia, porque la economía familiar no andaba bien; por más esfuerzos que hicieran, lo que devengaban él y su mamá, en El Espinal, se quedaba corto para siquiera pensar en costear sus estudios de educación superior.

Entonces, Cristian —hacendoso, todero, un hombre ávido de ganarse la vida y aprenderlo todo— se le midió a hacerse responsable del cuidado de una casa en esta ciudad: barrerla, trapearla, atender y servir a sus dueños, quienes la frecuentaban muy de vez en cuando. Con el techo asegurado para resguardarse de la lluvia y el frío, con un sueldo modesto y el incentivo de sus jefes, empezó a estudiar Comunicación Social y Periodismo en la Universidad de Ibagué.

Como estudiante se destacó por estar presto a aprender y se hizo diestro en temas audiovisuales, en el manejo técnico de cámaras y equipos de edición. Cuidando de los equipos y asesorando a otros estudiantes, Cristian asumió un nuevo rol, ya no solo era el mayordomo de una casa, sino el monitor becario del Laboratorio de Medios de la Universidad de Ibagué. De esas dos lianas, de esas dos posibilidades que le daba la vida, se aferró para seguir colgado en el sueño de ser periodista. Tenía dos trabajos y un techo.

Un día cualquiera ese techo ya no estaba sobre su cabeza. El poco dinero que tenía se le escurrió por los bolsillos y tambaleó su estabilidad. Con su trabajo permanente como monitor y con labores ocasionales como mesero, cocinero, fotógrafo o sastre, lograba, en vacaciones, hacer algo de dinero para pagar su estudio, pero sus gastos diarios quedaban en el aire.

 

Una empresa ambulante

 Sus compañeros lo vimos hacer rifas, vender emparedados, ofrecer sus servicios como fotógrafo en fiestas. Cristian era una empresa ambulante, un hombre que vivía con la necesidad a cuestas, pero con la solución en las manos. Como emprendedor y con múltiples saberes, se sostuvo durante cinco años. Jamás le pidió nada a nadie, su capacidad de trabajar en todo le permitió graduarse, comer, bailar, viajar y adquirir sus cosas, entre ellas, una cámara profesional con la que entrena su ojo para hacer de la realidad, una bella toma.

 

Cristian se convirtió en una pieza clave, en un hombre con una valoración alta de la estética en los productos audiovisuales en los que se vinculaba. Productoras de la ciudad y del Departamento empezaron a darle espacio para que trabajase y no desentonó. Creció en saber y en confianza en sí mismo. Cristian ya no es el muchacho de pueblo de mirada tímida; el chico introvertido evolucionó en un hombre que postula, crea y discute.

 

Cristian crea una afinidad natural y cómplice con la mayoría de las mujeres que se cruzan en su camino. Es amigo de sus amigas y de las mamás de sus amigas, las abuelas lo quieren y las primas también. Y es que, a diferencia de la mayoría de los hombres latinos, ama cocinar y coser, aprender manualidades; es una visita acomedida, que termina familiarizándose con los espacios y la gente.

 

La esperanza

 Aun cuando las perspectivas laborales no son claras, y a pesar de que los expertos en ver todo negro minimizan las ganas de volar, Cristian guarda la esperanza de vivir de aquello que le apasiona: que le paguen por producir piezas audiovisuales y así ponerle color a su existencia, mediante el trabajo que le agrada hacer.

Fue el productor de La Chamba, más allá del barrio, un documental que resalta la vocación artesanal de una vereda del Guamo, muy cercana a su municipio natal. La cobertura audiovisual del Festival Nacional de Música “Mangostino de oro”, también ha pasado por sus manos; el portal web El Anzuelo Medios guarda los contenidos y las piezas audiovisuales realizadas por el Comunicador Social y Periodista, que logró, con perrenque y osadía, soñando, pero haciendo, convertirse en el primer profesional de su familia. Un hombre con una sincronía artística especial que insiste con la lente de su cámara, que captura exactamente lo que pensó, obstinado en hacer ver con sus productos aquello que su mente grita.

Por: Germán Gómez Carvajal, Productor de contenidos, Unibagué.

 

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