Martes, 03 Octubre 2017 19:55

Palpando mundo

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Jeremy Kundtz


Hobbies:

Caminar por la montaña, practicar yoga, cocinar, nadar.

Artistas favoritos:

Calle 13, Manu Chau, Bob Dylan.

Escritores

Junot Díaz, Ada Limón

Una van hace el recorrido de reconocimiento desde las instalaciones de la sede central hasta el campus deportivo de la Universidad de Ibagué. Hace calor, las pieles sudan, las lenguas hablan. Ruidos suenan, palabras que no me dicen nada bailan en el aire. Catorce chicos, provenientes de distintas latitudes, reciben las indicaciones del desplazamiento. Se escuchan conversaciones en portugués, francés, español, inglés y partecitas de alemán: me siento en la Torre de Babel, en una explosión dialéctica, en un mar de palabras desconocidas que me golpean como olas sin nombre. Expectante, me ligo a mi lengua materna como niño a su peluche en las noches, esperando que alguien me salve, que alguien me entienda y que yo pueda entender.

 Un montañista aborda el bus. Jeremy Kundtz es estadounidense, licenciado en Español y tiene 23 años; se ha interesado desde su adolescencia por Latinoamérica y sus conflictos; maneja un español nutrido, rico en vocabulario y propenso a las analogías. Fue el último en aparecer en el recorrido de reconocimiento, porque debieron recogerlo en un sitio diferente. Camiseta holgada, cabello largo recogido, barba de unos días, botas empolvadas, sonrisa constante, el tipo con el que todos, en todos los idiomas, querían hablar.

Un joven que pasa por latino, que por su estatura se puede mimetizar entre nosotros, que a la fecha dice parce y continúa aprendiendo y usando con naturalidad y precisión, sin ser ruidoso, nuestros colombianismos. En el recorrido Jeremy habla inglés con un joven alemán tímido y lo hace reír. Una chica brasilera está a su costado y le habla en portugués; él también lo hace, se miran fijamente. Jeremy empieza a hablar en español con un chico mexicano que está a varias sillas de distancia; a ellos sí los entiendo. Hablan de lo grato que es Juntas, un corregimiento cercano a la ciudad de Ibagué, montañoso, verde, una población rural chiquitita que permite divisar el nevado del Tolima, donde puede cambiar la temperatura corporal en cuestión de segundos; como si fuera un juego, sales y te expones al viento hasta sentir frío y luego te guardas para contrarrestar lo helado, con agua de panela hirviendo. Un lugar que maravilla a propios y extranjeros.

Jeremy comienza a interactuar con los nuevos amigos que crea dentro del coche. Es mi turno y empieza a abordarme, que de dónde vengo, que de dónde soy, que si me gusta mi trabajo, que por qué esto, que por qué lo otro. Una situación en que el periodista parece él; y yo, que venía a entrevistar, resulto entrevistado.

Jeremy Kundtz ama la escritura creativa, leyó a Neruda y le impresionan las ideas de Eduardo Galeano; sabe de literatura latinoamericana y usa las palabras con cuidado, porque entiende el poder que hay en ellas.

—A mí me encanta cómo una persona trata a la otra cuando habla español. Cada idioma cambia cosas, maneras de moverse, es como si cada idioma tuviera una esencia propia, eso me parece una condición poderosa.

Jeremy hace énfasis en la palabra poderosa como si hubiese descubierto un tesoro. Se inclina como cuando te van a contar un secreto y baja el tono de su voz.

—Me cautiva la diversidad que hay en Colombia, cómo ser paisa o ibaguereño se vuelve algo implícito en tu ser. Los acentos me parecen música, me impresionó la forma en que las diversas razas en Cali comparten sin ningún problema; el racismo en mi país aún es un problema. […] Me agradan los acentos, aunque no los entienda. En mi país hay mucha diversidad, pero la gente se agrupa según su procedencia: el barrio chino, el barrio latino, gente del norte de África. Yo iba a todos esos lugares, me gusta.

Jeremías, como a ratos se presenta en español, posee un espíritu aventurero, explorador; en sus días busca siempre una sorpresa, y la vida se las arroja como si fuese un consentido del cosmos, como si supiera que le arroja belleza a un narrador de los buenos:

— ¡En estos días vi un aguacate del tamaño de mi cara! Eso es hermoso, era inmenso. Más o menos así —simula el tamaño del aguacate con sus manos y las lleva a su cara con un asombro contagioso.

Usa el español con precisión y en charlas convencionales, cuando la formalidad se queda corta, mi parcero gringo arroja asomos de poesía. “Yo amo el agua, soy hijo del mar” “El invierno me hace sentir triste, aquí abro los ojos y veo el sol, veo alegría”.

— ¿Es decir que aquí experimenta una alegría constante?

—Exacto, sí— dice Jeremy y me invita a que le dé cinco, a chocar las manos, a celebrar con camaradería lograr entender la importancia del clima en el ánimo de nosotros los humanos.

(Dicha situación nos encauzó en una charla en paréntesis como este párrafo, sobre la lluvia como elemento simbólico utilizado en la literatura latinoamericana para narrar hechos tristes y cómo la alegría, casi siempre, se rodea de ambientes cálidos en los libros).

 

Para Jeremy la palabra es poder y sabe usarla, sorprende la fluidez de su español y la estética lingüística, su adaptación ligera con los dialectos de cada territorio y su gente. Decía chaval, porque su español de academia es peninsular y no castellano.

 

 

“A la orden mi reina”, dice. “Esa expresión me encanta”, afirma. Sus amigos colombianos reímos. “A la orden mi reina”, repite y le suma ademanes de comerciante criollo, todos reímos de nuevo. Jeremy es un catador cultural, un hombre que lee la cultura de los territorios y se inserta en ellas.

 

La morada

 Jeremy es de Cleveland, una ciudad del estado de Ohio, Estados Unidos, que se hizo famosa por un vistoso equipo de baloncesto. Jeremy lo sabe y ese es el elemento que usa para presentarla. Su familia tiene un componente artístico, una línea estética que se manifiesta en distintas expresiones; su padre Kirk es carpintero, un trabajo con mucha alma, ancestral. Don Kirk Kundtz fabrica elementos en madera de uso convencional, pero, también, produce piezas espléndidas como los relojes de péndulo, que son de una elaboración pulida y minuciosa, relojes de lujo con los que el señor Kundtz se gana la vida. Jeremy es un artesano de la palabra; su hermano mayor, Connor, es un hombre que distorsiona la realidad y juega con ella, queriendo ser jovial y reconociendo la grandeza interna de su hermano menor, llama “Big brother” a Jeremy.

—Mi familia es muy hippie. Cuando decidí estudiar español, recibí su apoyo. Mi papá aprendió su arte y nos alienta a que estudiemos aquello que queremos.

Al terminar su licenciatura en España, volvió a su ciudad natal, por ser un chico desprendido de la tecnología, en su propia ciudad estaba inconexo; volvió a sentirse extranjero en su propio suelo. Antes de ganarse su beca para enseñar inglés y fortalecer aún más su español en la Universidad de Ibagué, estaba dando clases de yoga, explorando su espiritualidad.

—Para mí la espiritualidad es muy importante; sin embargo, en mi país se ha convertido en un negocio, te venden todo, de la religión que sea. Yo creo que todos buscamos explorar el espíritu; por eso las personas consumen drogas, en busca de sensaciones internas, pero esa es una espiritualidad falsa. El yoga me ha exigido mucha disciplina, me ha enseñado a dormir temprano, a desprenderme de cosas.

Por el yoga, Jeremy adquirió conocimiento de su cuerpo y sabe que el cuerpo también dice. Su dieta ha cambiado bastante, pero no quiere abstenerse, aunque siempre se ha cuidado, no se resiste a las empanadas. Ya es un experto y da recomendaciones de donde son buenas y donde son buenísimas. Extraña el lago cercano a su casa en Cleveland y meditar allí. El Cañón del Combeima lo seduce con fuerza, ama la montaña y elude los centros comerciales. El hijo del mar sigue palpando mundo y queriendo comprenderlo:

— ¿Ustedes le dicen a la galaxia, leche?

—Vía Láctea.

—Por eso, eso es hermoso.

—Sí, mucho.

Jeremy mira al cielo, lo contempla, lo analiza, la Vía Láctea lo arropa.

 Por: Germán Gómez Carvajal, Productor de contenidos, Unibagué.

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