Martes, 03 Octubre 2017 19:37

Una mujer creciente, nada menguante

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Angie Carolina Díaz


Hobbies:

Pintura, acuarelas, manualidades.

Comida favorita:

La pasta

Películas favoritas:

Criaturas salvajes

 Angie es ibaguereña. Usa accesorios en manos y cuello. Sus manos son un elemento comunicativo que se reafirma para dibujar en el aire aquello que sus labios dicen. Sus ademanes delicados no le restan firmeza, porque Angie Carolina Díaz es bondad y carácter; juventud y experiencia; jefe y amiga. Con tan solo treinta y cuatro años, es la responsable de la Decanatura de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Ibagué, premio que le ha dado la vida por asumir la existencia con ímpetu y entereza.

La decana conversa y firma; dice y firma, porque a la par de su deseo de contestar y ser amable con este entrevistador, se le junta una fila de documentos por revisar y firmar, traídos por su auxiliar administrativa. Pero Angie no juega con su tiempo ni con el de nadie y decide organizarse y dedicarse por completo a una sola actividad, respetuosa de cada tarea, va haciendo y terminando. Los documentos se firman, el celular se pospone. Se focaliza en un quehacer en específico, lo termina y empieza otro, sin dejar nada a la deriva.

Angie es ejecutiva, contadora, mamá, decana, hija, esposa, estudiante, jefe, hermana, profe, discípula; números y letras. Como hija de una docente de Ciencias Sociales, la literatura y la reflexión inundaron sus días de infancia. “Recuerdo cómo jugaba a ser profesora”. Cierra los ojos lento, como si al cerrarlos pudiera verse jugando, pero regresa al instante, a mostrarnos el otro bando.

Se pausa la influencia materna y salen a la luz los consejos de don José Vicente Díaz, su padre, trabajador en un banco, quien le aportó números y pragmatismo. “Mi papá decía que la parte financiera era el corazón de las empresas, que el campo laboral era muy amplio. Como provengo de una familia de estrato medio bajo, también pensé mucho en eso, en qué campo me iba a desempeñar más adelante, en encontrar condiciones que me generaran bienestar y condiciones óptimas de vida”.

Al ser ella tan ella, a sus dieciséis años, en su época de bachiller, escogió como énfasis las ciencias (Biología, Química y Física a profundidad) y logró el mejor icfes del Liceo Nacional en el año 1999; se confirmó a sí misma que podía ser buena en lo que decidiera encauzarse. Su formación profesional está claramente ligada a la economía y la administración, pero sus anhelos de saber y de construcción personal le alcanzan incluso para la espiritualidad y la fe.

 

Angie es abiertamente cristiana

Fe y academia son los dos aderezos que sazonan la vida de Angie. Los académicos siempre necesitan de más tiempo, la humanidad en general quisiera más horas para hacer todo lo que se desea. Pero con interés real, los espacios se facilitan, las horas se estiran. Angie se mueve en ambas líneas, sin disculpas, con constancia.

“Creo en Dios porque me genera calma, tranquilidad y confianza. Una fundamentación en valores que considero muy importante y trato de proyectarla hacia los demás. Creo que una persona empática, que se puede poner en el lugar de los demás, posee muchas ventajas. No me cargo con las situaciones, perdono con facilidad, no guardo rencores, dejo que todo fluya. En el caso de nosotros los cristianos el reto es claro, hay un mensaje bíblico que dice: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’”.

¡Y qué reto asume la decana!, porque amar no es un trabajo fácil, vivir amando es una tarea humanística difícil de cumplir. Angie Carolina es una mujer que se reinventa al compás de nuevas metas. La de hoy es amar más, más y mejor; la de hace un tiempo fue demostrar que pese a su juventud era competente para enseñar y administrar.

 

Yo he sentido la brecha generacional en varias instancias. Cuando entré a la Universidad a dictar clases había gente adulta que buscaba profesionalizarse y que cuestionaba por qué una persona tan joven como yo, les iba a enseñar a ellos. Supe que el tema de la juventud no pasaba desapercibido para la gente; por ello, me dediqué a ser cada vez más competente, a correr para terminar mi maestría”. La profesora Angie ya no jugaba a ser profesora, lo era en realidad y se exigía a diario.

 

El trabajo arduo y su capacidad profesional la llevaron pronto a asumir el papel de directora del programa de Contaduría. “Ya no solo era la profe joven, sino que comencé a ser la directora del programa. “Ellos (sus compañeros y antiguos profesores) valoran mucho el trabajo de las personas y se dieron cuenta de que mi proceso no se había detenido, sino que seguía creciendo y creo que les infunde alegría, porque hacen parte de él”.

La vida profesional de Angie Carolina es una línea ascendente y rápida. Rápida para quienes la vemos de lejos, pero, es probable, que para ella no tanto. Tal vez, el tiempo en una ciudad ajena como Bogotá, en su época de estudio de maestría, no fue tan grato. Tal vez, las horas de sueño sacrificadas no fueron tan veloces. Muy seguramente, y sin campo a la duda, Angie debió priorizar proyectos y soltar apegos, disciplinarse a la fuerza.

Luz Myriam Barreto, auxiliar de la decanatura, describe a la Angie estudiante, directora de programa y ahora decana: “Ella es una niña que va muy rápido, estoy impresionada. Fue de esas estudiantes que no pasan desapercibidas, se graduó por promedio académico, la formaron muy bien y pasó a ser profe pronto. Como decana, asumió la reestructuración de la Facultad, proceso que ya está en marcha; además, es una persona muy tranquila, asume todo con mucha paz. Esto ha ocurrido muy deprisa; creo que ella misma se ha sorprendido”.

 

La mujer

 Se enamoró en una ciudad fría, cuando vivía el proceso de adaptación al lugar. Allí apareció Cristian, un hombre inconexo con su vida, pero que empezaría a rodearla con pasión y fuerza. “Cuando lo conocí hubo un clic, pero hablamos hasta un mes después, yo viajé por esos días. […] Para mí era importante encontrar a alguien con valores, Cristian tiene formación cristiana y se quedó en mí”.

Tuvo la posibilidad de radicarse en Bogotá, pero Angie se sintió foránea siempre, razón por la cual volvió a su tierra al terminar su maestría. El amor a distancia le parecía extraño; entonces, al volver a la Ciudad Musical, Cristian la siguió para no dejar diluir el sentimiento, se casaron y se hicieron padres.

Esa sincronía en formas de sentir y creer, ha hecho a Cristo como eje de su relación. Al salir los primeros rayos del sol, Angie estudia la biblia y crea una interacción con su Dios; en las noches la escena se repite y ambos, esposo y esposa, sueñan y oran, poniendo todo a disposición de aquel que, creen, está en el cielo. Trota los domingos, si se puede, y mantiene una relación estrecha con sus padres, quienes hoy son pensionados y ávidos de compañía.

El tema de los hijos la rondaba, pero pensaba en las complejidades del mundo de hoy, y en lo hostil que podría llegar a ser. Recreó la maternidad con un hijo peludo, que es como Angie nombra a su perrito Beagle que es un caballero. Pero el Dios de la vida le tenía un premio, un regalo de ojos bonitos, aunque ser mamá no estaba planeado. Hoy Angie es madre de un niño de dos años y, como a todas las mamás del mundo, el rostro se le ilumina cuando nombra a su retoño, su sonrisa se extiende y hace todo un despliegue narrativo de las habilidades de su hijo.

Mientras el pequeño Miguel Ángel Ortega Díaz empieza a palpar el saber y disfruta de sus compotas, Angie continúa creciendo porque es una mujer creciente, nada menguante. Una luna de matices varios. La mujer de manos que acarician y decretan. Una mujer de armas tomar para trabajar, servir y amar.

Por: Germán Gómez Carvajal, Productor de contenidos, Unibague.

 

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