Viernes, 16 Marzo 2018 15:41

Crecer

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Bianca Ferreira


Ocupación:

Estudiante de Ingeniería Electrónica.

Lugar favorito:

Casa materna.

Hobbies:

Salir con amigas, escuchar música.

 

Bianca Ferreira es brasilera, tiene 21 años, estuvo inscrita al programa de Ingeniería Electrónica de la Universidad de Ibagué durante el semestre B del año 2017. Hoy reside en su casa, en Brasil, con su mamá,  y alista un nuevo viaje, esperando el destino académico por aclararse en los próximos días, pues quiere viajar de nuevo. De su paso por Colombia aprendió mucho, creció como profesional y aún más como persona, porque los jóvenes crecemos estando en compañía de nuestros padres pero al distanciarnos de ellos, por asuntos de la vida, nos sentimos chicos, dependientes, mal enseñados, vulnerables. La Unibagué fue su alma máter y lo volverá a ser cuando ella lo desee, cuando sus ganas de explorar el mundo la traigan de vuelta.

Bianca es una joven dulce con una mamá consentidora. Dos mujeres con una conexión de sangre y alma, que se manifiestan su amor en mensajes escritos, inspirados por la pesadumbre de la distancia o la alegría de la cercanía. Cuando comparten un mismo espacio, la señora Ana Paula Sousa despliega su cariño con varias atenciones que Bianca solo recibe, si en ese mismo espacio está su mami; aquí, en Colombia, extrañó el desayuno al abrir los ojos, las palomitas de maíz los sábados, una charla cómplice con interés real o el natural abrazo materno que no lo sustituye nada ni nadie. Bianca en Colombia tuvo que hacerse mujer, como ella misma se lo decía,  y asumir cambios.

Cambiar, transformarse

Dejar el despertar cálido a manos de mamá por un reloj ruidoso programado no era grato, cocinar con más frecuencia no le parecía tan chévere porque en Brasil cocinar era un gusto, aquí, una necesidad. "Sé fuerte" se decía Bianca. Entonces, efectivamente se fortaleció, autónoma, sin ayudas extras solucionaba sus percances. Extrañando su casa, pero valorando el proceso de aprendizaje, maduró. 

 

 

Disfrutó Bianca en Colombia en explorar casi de cero un nuevo idioma, una nueva cultura, nuevos rostros, nuevos amigos, nuevos saberes. 



Bianca es una niña consentida y, a su vez, una mujer aventada, quería estudiar en el exterior y Colombia brilló en su camino, se arriesgó a vivir en nuestro país durante cuatro meses, con un español que apenas identificaba, con un español tenue y escaso.

El idioma

 —Me parecías demasiado seria. No hablaste en todo el recorrido de la presentación de las instalaciones de la Universidad Ibagué cuando te dieron la bienvenida a ti y al resto de extranjeros - le dije -.

—¡No era por seria! Era porque no podía - me explica -. No entendía el inglés y muchísimo menos el español, solo miraba (risas).

Bianca mueve los ojos para todos los lados recordando su sensación de extravío. Observaba siempre. Se convirtió en una observadora nata, en una mujer con foco, ella que es luz y movimiento, se hizo quietud y atención, a ratos con sus ojos vivaces. En Colombia parecía una pantera a punta de apresar su presa, era una cazadora de palabras habladas, de significados, capturaba sonidos, los guardaba, los ponía en su boca, los masticaba, los modulaba, los hacia suyos.

En el primer mes en Colombia ya se desenvolvía con soltura, ya interactuaba en español, entendía sus clases de Ingeniería Electrónica. Algunas palabras se le escapaban de la memoria porque en este nuevo mundo algunas cosas para ella aun no tenían nombre, pero sabía arreglárselas:

A mí no me gusta esta foto Germán, porque se me ve…

—¿cómo se llama?

—¿Qué?

—¡Eso!

—¡Qué!

—¡Eso...!

(Risas) La impotencia de querer decir y querer entender juntas, siempre genera risa. Yo miraba si la foto había sido invasiva con algún detalle, con alguna forma, pero no era así. Entonces ella, mirando hacia el techo, buscando la palabra que no encontraría, puso sus dedos sobre una de mis orejas y me dijo:

—“Eso”, no me gustan las fotos donde se me ve “eso”.

Volvió a tocar mi oreja con su índice, con los ojos traviesos, con la cara que hacen los niños cuando toman un dulce a escondidas. Volvimos a reír. La escena fue de una ternura cómica y cósmica. Yo la vi recursiva, hermosa, burlona, niña. La vi siendo parte de un viejo libro escrito por nuestro Nobel de Literatura, siendo un personaje de Macondo el pueblo de Cien Años de Soledad.

El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo[1].

Bianca en Colombia sonrió mucho, se regaló y nos dio alegría. Se apropió del español en tiempo récord. Con lágrimas nostálgicas y con un español bonito, simple pero sincero, la vi recordando que su mamá se casó en Brasil y que ella no pudo estar en ese momento tan importante acompañándola. Que su hermanito fue bautizado y tampoco estuvo; pero, su sonrisa, que no necesita de traducción ni de dialectos, volvía como los soles luego de las lluvias, luminosa, vital, recordando a la familia de diferentes procedencias que hizo en Colombia: sus amigos colombianos, mexicanos, chilenos, estadunidenses y chinos.



El regreso

Bianca, la niña consentida, no muere. Su mamá y ella le dan vida en Brasil cuando están juntas. Vivir sola en Colombia la equipó de fuerza e independencia. Cuando se resguarda en su mamá para algo, es por ligue, por cariño, por generar compañía, no por incapacidad. Vivir sola en Colombia la hizo diestra en la cocina y madrugadora, disciplinada con su tiempo y recursos, afianzar su fe en Dios y su conocimiento en Ingeniería Electrónica; y por supuesto, dotarse de palabras en otro idioma, de nuevos amores. De Colombia le encantó la arquitectura eclesiástica, visitó Ipiales, Cali y la costa norte del país; fotografió las iglesias porque las quiere, porque las frecuenta, porque en ellas reza.

Por: Germán Gómez Carvajal, Productor de Contenidos, Unibagué.
[1]  Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad.

 

Visto 1158 veces Modificado por última vez en Lunes, 09 Abril 2018 15:29

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