Martha Fajardo
Profesión:
Docente
Color de preferencia:Morado
Comida favorita:Los chocolates
En voz muy baja que exigía atención exagerada, empezó la cátedra más trascendental en mi proceso de formación como Comunicador Social y Periodista. Al captar la atención total de sus estudiantes primíparos, la profesora normalizó el tono. Está docente conocedora del lenguaje en todas sus formas, que sonríe cuando debe, que se muestra bravucona cuando le conviene, me enamoró de lo que ella ama; su pasión se hizo la mía, pues ella, que mira al mundo con detenimiento, identifica lo que es significativo para la vida de un joven o adolescente y lo utiliza en su vocación de enseñar. Narra apenas el inicio de historias con la que nos sentimos identificados y luego calla. De nuevo calla… sus silencios también dicen y tienen funciones.
Desafiante
Entonces nos sentimos retados. Era apenas lógico fisgonear por qué la profe Martha devaluaba lo plano de las letras de algunas canciones y mirar qué era lo que había más allá, qué era lo que decían los libros sobre el amor, la soledad, los sueños, la tragedia, el sexo, el país, la economía, los gatos.
Suele —no sé si ella es consciente de ello— enseñar personalizadamente. Se enteró mediante un ejercicio de escritura que toco guitarra. Entonces, me habló de ritmos en la escritura, de tonos y de tiempos. Me explicó la diferencia de leer una coma o un punto y coma, haciendo una analogía de compases. Me hizo saber que yo no sabía usar las tildes y como una norma pactada, por cada tilde nos bajaba una décima en la calificación de los textos a los futuros periodistas inscritos en la Universidad.
Un chico de su taller de escritura Relata, al enterarse del trato hecho con sus estudiantes de Comunicación Social y Periodismo de la época, le hizo saber que le parecía exagerada la disminución de una décima por error a lo que ella respondió. “Si de por sí es tenso leer noticias, imagínese leerlas escritas por gente que no sabe escribir” A nosotros ya nos había explicado la importancia de la ortografía, nos dijo que no era lo mismo encender un cirio que a un sirio y ejemplos por el estilo. “Meterle fuego a un cirio no está mal, pero hacer lo mismo con un sirio es un asesinato”. Un error de ese talante en una noticia es absurdo, imperdonable. Sabíamos que tenía razón, sabíamos queriendo o no, que aprender a escribir, nos era necesario. Una necesidad que ella crea con eficiencia porque escucharla leer sin el uso de las tildes, era chistoso, incómodo y sentía uno que en realidad el tiempo del colegio no se veía y qué no sabíamos ni leer ni escribir. Una tragedia constante en la vida académica.
Alfonso Durán egresado del programa de Psicología de la Universidad, ahora amigo de la profesora Martha y catedrático, destaca como ella logra generar retos en los estudiantes, “yo he escuchado alumnos decir que le van a demostrar que sí pueden, que sí son capaces, se lo toman personal, eso habla de quien es ella como profesora” Una mujer que, sin mucho ruido, hace que su reto como profesora, se convierta en el reto idéntico de sus pupilos.
Es la directora del taller de escritura Relata en Ibagué, estrategia nacional del Ministerio de Cultura que busca estimular la lectura crítica y la cualificación de la producción literaria a lo largo del país, con funcionamiento en 27 departamentos. El taller Relata dirigido por la profe es un semillero frondoso, diverso, donde adultos muy adultos, jóvenes recién casados, separados, bohemios, chicas lectoras, chicos que no lo son tanto y ex alumnos de la U, se reúnen para crear y aprender a leerse en conjunto.
El taller goza de reconocimiento a nivel nacional, pues la calidad narrativa y poética de la región se materializa en productos literarios de alto nivel que participan en concursos exigentes donde clasifican y, con frecuencia, ganan.
Por su sobriedad, por ser un ente formador en nuestros inicios como estudiantes de periodismo que luego se ausenta triunfante, cumpliendo con su objetivo de revolvernos los días, Martha Fajardo está más allá del bien y del mal. Mis compañeros ya no son niños. Algunas de mis compañeras ya se hicieron madres “¿Sabes que me pasa mucho? Ahora, cuando leo cuentos infantiles a mi hija pienso y recuerdo a la profe Martha”, me dice Lupita Sánchez, ex compañera de clases. Yo me río.
Las facetas
Me río porque descubro como la profe Martha mimetiza su ternura, pero la contradicción la pone en evidencia. Recuerdo oírla decir con su humor negro, a su manera, que los niños son desesperantes y todos reímos al ver su cara de hastío, al oírla quejarse con naturalidad y gracia, pero también recuerdo verla con los ojos brillantes y vibrantes contando ocurrencias de niños y exaltando su capacidad de distorsionar mundos y crear nuevos. Los niños son lo máximo dijo también algún día.
Así como los docentes se reúnen a hablar del talante de sus alumnos, los alumnos también lo hacen de sus profes. Jugamos a evaluarlos, a clasificarlos, a amarlos o despreciarlos.
Martha Fajardo está más allá cualquier calificativo, he visto a los estudiantes abrir los brazos cuando su nombre gira en el aire en señal de desconcierto, porque aunque algunos la disfrutan y otro la sufren, ella hace parte de otro rango de apreciación, otro rollo. Ella no es profesora, es un descubrimiento, una revelación, una puerta. Una mujer que crea escribiendo, que crea enseñando, que con sus dos décadas de experiencia ha encontrado formulas pedagógicas loquísimas pero válidas y funcionales.
La profe Martha en clase nos habló de un hijo, de un hijo que no en vano siempre tiene la edad promedio de los estudiantes de primer semestre, que no lee, que cuando lee se hace interesantísimo, que a veces la hace sentir orgullosa y que a veces la saca de quicio, que en realidad solo existe en clase porque es un recurso pedagógico. “Lo uso para hablar mal de ustedes y poder regañarlos sin que lo noten”. En introspectiva, devolviendo el tiempo, ese hijo regañado siempre fuimos nosotros, siempre me identifiqué con ese chico inexistente, una identificación genérica, pues la profe Martha Fajardo nos lee fácil, conoce nuestras realidades sociales y ve más allá de un tumulto de rostros en pupitres… en realidad, sus hijos pedagógicos fuimos, somos y seremos siempre sus alumnos.
Por: Gemán Gómez Carvajal, Productor de Contenidos, Unibagué.