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Edición 9 (89)

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Especial Árbol

Especial Árbol (89)

 

     En la actualidad la movilidad constituye uno de los principales desafíos de las ciudades. Esto se debe a diferentes factores, entre los cuales puede destacarse la diversificación de las actividades que requieren transporte de mercancías y la movilización de las personas en un contexto más urbanizado y complejo; lo cual, en la mayoría de ocasiones, se deriva del crecimiento socio-económico de las ciudades. Así mismo, crece la urgencia con la que se perciben necesidades tales como transportarse de una manera rápida, efectiva y segura. En el caso de Colombia, como en el de muchos otros países, existe una concepción de progreso que vincula los vehículos motorizados no solo como herramientas para satisfacer dichas necesidades, sino como herramientas de ascenso social y reflejo del éxito personal. Además, en vista de que los sistemas de transporte público tampoco atienden las necesidades de movilidad a cabalidad, una porción significativa de la población termina optando por vehículos automotores privados para asegurar sus desplazamientos. Con esto se ha creado un nuevo concepto: el vehículo motorizado como una necesidad.

     Al definirse como necesario, el automóvil ha desplazado e incluso invisibilizado otras alternativas de movilidad. Los problemas de movilidad se suelen reducir, en un buen número de ocasiones, a los sentidos por conductores y pasajeros de automóviles y, en menor medida, de transporte público. En ese sentido, el automóvil ha venido dominando en términos de planificación urbana, desde lo público y lo privado, así como en el diseño de políticas públicas de movilidad.

     ¿Pero será que la única manera de movilizarse en la ciudad es haciendo uso de un vehículo motorizado? A decir verdad hay muchas otras alternativas para movilizarse. Una de ellas es caminar, lo hemos hecho durante millones de años y es una de las primeras cosas que aprendemos a hacer. Caminar es lo más natural en el ser humano, es algo que nos une a todos y a pesar de que utilicemos transporte público o privado siempre tendremos que caminar un poco para llegar a nuestro destino final.

     Caminar suele ser la alternativa más económica, es virtualmente gratis, y tiene muchos beneficios para la salud y el medio ambiente. Es un buen ejercicio para el corazón, ayuda a prevenir enfermedades y permite estar en forma. Al caminar no se genera polución, ya que no se emiten gases ni hay contaminación auditiva, los dos causados en gran parte por los vehículos motorizados y sus conductores, frecuentemente obsesionados con el pito. Por otro lado, la inversión en infraestructura para caminar es significativamente menor a la necesaria para otras modalidades. Si se contabilizan los beneficios, es decir, si se traducen a dinero como lo propone la Organización Mundial para la Salud[1], la relación beneficio costo de los proyectos que promueven andar a pie y en bicicleta es superior a la de la mayoría de otros proyectos de infraestructura de transporte.

     No obstante, pese a que tiene tantos beneficios y a que, en efecto, muchos viajes se hacen a pie, en ciudades como Ibagué caminar no parece la alternativa más favorable para todas las personas. Esto se debe en parte a dos factores críticos para la movilidad peatonal: la inseguridad que se siente al caminar y las fallas en la infraestructura. Los dos van de la mano, pues usualmente una infraestructura bien diseñada tiene la capacidad de incrementar la sensación de seguridad. Pero como se ha pensado en una ciudad para los vehículos y no para la gente, los andenes -cuando existen- son irregulares, presentan desniveles u obstáculos, son oscuros, discontinuos y normalmente excluyentes para personas con movilidad condicionada[2].

     Es habitual que exijamos a los gobiernos correspondientes que mantengan y desarrollen una infraestructura vehicular adecuada. Nos quejamos, con justa razón, de calles con huecos y señalización inadecuada. Pero aceptamos como natural que sea cada propietario privado quien tenga la responsabilidad, formalmente, de desarrollar y mantener a su criterio, o incluso antojo, la infraestructura peatonal. Por eso no resulta raro que los desarrollos inmobiliarios utilicen lo que debería ser andén como estacionamiento. Culpamos a vendedores ambulantes de invasión del espacio público, pero muchos aprovechamos el espacio de las calles y andenes para estacionar autos y motos indiscriminadamente, y señalamos prontamente la “falta de cultura” de los peatones que, por encontrarla más cómoda y no por ello más segura, se vuelcan a las calles a caminar.

     Desde los vehículos pensamos en intersecciones como puntos críticos para la congestión, pero poco nos detenemos en la perspectiva de peatones y ciclistas, para quienes se convierten en verdaderas misiones imposibles. Estamos tan acostumbrados a la invisibilidad de los peatones, que los mismos peatones la asumimos frecuentemente. Pese a que legalmente los peatones llevamos la vía en un paso peatonal, si un conductor se detiene para ceder el paso, no es raro encontrar que el peatón ni siquiera está observando porque desde chiquitos nos enseñaron a “tener cuidado con los carros”.

     Entonces el gran desafío para las ciudades hoy ante el problema de la movilidad no debería estar dirigido solamente a satisfacer las necesidades del transporte motorizado. Por el contrario, la infraestructura se debe re-direccionar de tal modo que se prioricen los peatones y se brinde la seguridad que hace falta para hacer de caminar un hábito y una manera eficiente de movilidad. Para lograr dicho objetivo es necesario que la ciudad se reestructure de tal modo que existan andenes y senderos que cumplan las condiciones mínimas de seguridad y comodidad, que los puntos críticos (intersecciones) se diseñen para las personas. Esto incluye la adecuada señalización y el respeto de las normas de tránsito, pero también menores anchos de calzada para que el tiempo de exposición del peatón se reduzca, rampas de tal modo que se eliminen los desniveles y sobre todo suficientes caminos para que las actividades de la vida cotidiana se puedan realizar a pie.

     Claro, no todo el peso recae sobre la infraestructura, pero esta puede ayudar a incrementar el número de peatones, lo que a su vez aumenta la seguridad y visibiliza a las personas suficientemente como para empezar a cambiar comportamientos, es decir, a transformar la cultura ciudadana. Un ejemplo de que esta especie de sinergia es posible se aprecia en Ibagué, en condiciones que aunque distan de ser ideales son un primer paso espontáneo e interesante. La Calle 60 entre avenidas Ambalá y Guabinal solía tener muy bajo tránsito peatonal antes de la construcción de los centros comerciales en cada esquina y era reconocida como una zona peligrosa. Con un andén pobre, angosto y discontinuo en los cruces, pero con algo que hacer, es decir, algo que promueva la movilidad, el número de peatones y de actividades ha aumentado visiblemente, así como la percepción de seguridad que permite a las personas caminar incluso en la noche. Así mismo, han aparecido pasos peatonales y, ocasionalmente, conductores conscientes de ellos que ceden el paso a las personas, o peatones que reclaman su prioridad de manera más vehemente.

     En el Semillero de investigación mobi del grupo mysco de la Universidad de Ibagué, trabajamos en intervenciones que busquen priorizar a peatones, y en general a usuarios no motorizados, sin necesariamente perjudicar a los demás usuarios. En el caso de la glorieta de la Avenida Ambalá con Calle 69 en la Ciudad, el principal aporte está representado en la perspectiva con la que se aborda la problemática actual existente en el sector, que a diferencia de los abordajes tradicionales, no considera la congestión vehicular como el principal problema, sino que lo equipara con la existencia de conflictos entre peatones y vehículos con la intención de proponer una intervención que promueva activamente y favorezca en la práctica los modos no motorizados.

 

[1]                La OMS ha desarrollado HEAT (http://www.heatwalkingcycling.org/), una herramienta para valorar el impacto económico de la reducción en la mortalidad debida a los beneficios en salud que trae andar a pie y en bicicleta.

[2]                Intente llevar un coche de bebé por la Avenida Ambalá, por ejemplo, o andar en una silla de ruedas por la Avenida Ricaurte.

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